En
su último artículo, Jürgen Habermas (El País, 20 de agosto) insistía en una
prevención que todo heredero activo del pensamiento ilustrado asume sin
vacilar. Se alegraba de “vivir desde 1945 en un país que no necesita héroes”.
La ilustración repudia los héroes y yo también. El heroísmo no está de moda.
Sin embargo, sí lo están los héroes de pacotilla, ídolos de barro que
proliferan y se presentan como símbolos cuando en realidad son una manufactura
orquestada casi exclusivamente por los ‘medios’. Abundan los superhéroes de
ficción y los que no son de ninguna manera modelos de vida. Su gloria es frágil
y superficial. Sacrifican la dignidad de la palabra a su vanidad, su lenguaje
no tiene destinatario, muere con los aplausos y el éxito. Actúan y hablan, pero
no conversan. Lo que atrae de ellos
no son sus virtudes sino su éxito
construido sobre lo material (mansiones, coches, amoríos, etc.). Tienen gran desfachatez y
pontifican sobre lo divino y lo humano, como si fueran los nuevos maestros de
las jóvenes generaciones.
La
sociedad mediática es probablemente uno de los
mayores monumentos a la estupidez que hemos engendrado los humanos. Es
una entelequia real, omnipresente, en la que las personas se reconocen, se
definen y se juzgan por la imagen que ofrecen de ellas los mass media. Es una especie de nuevo escenario social en el que la
máxima aspiración de las personas es ocupar un espacio en el cosmos mediático.
En gran medida se les valora por la capacidad, la habilidad o la posibilidad que
tienen de conseguirlo. Los medios audiovisuales –mucho menos los impresos- son
aglutinadores sociales, creadores de opinión e instrumentos publicitarios en
los mercados. El auge de Internet apenas ha modificado su impacto. Sorprendentemente,
su capacidad globalizadora sólo afecta al mercado, no a los individuos, que permanecen tras los
ordenadores o los móviles, sin verse ni tocarse. Pese al deseo interesado de una élite vinculada
a la Red y a la ilusión de muchas personas bienintencionadas y necesitadas de
nuevas utopías, no parece que Internet sea el instrumento que vaya a cambiar
definitivamente a la Humanidad. Los contenidos que se difunden son
superficiales y efímeros, los foros temáticos juiciosos afectan a grupos muy
reducidos de personas y los blogs son tantos que cuesta vislumbrar su utilidad. Las
ingentes cantidades de imágenes y videos colgados en YouTube o en Instagram
sirven más para el entretenimiento y la superficialidad que para la formación
de las personas. Ahora bien, no se puede negar que Internet es una inmensa central de correos
y de teléfonos, cuya utilidad fundamental es ser un mercado de todo tipo de
bienes y productos. Una herramienta económica, pero en ningún caso moral, ni
educativa.
Hay
centenares, miles de ejemplos de personajes mediáticos, idolatrados, sobre los que podríamos
enfocar la mirada. Los hay nacionales, internacionales, monotemáticos,
polifacéticos, discretos, exuberantes, de todo pelaje y condición. Intentar
siquiera definir su espectro es una quimera. Por eso me detendré solamente
en algunos ídolos del deporte, aprovechando que estos días se disputa el Open USA. Aquí, además del trono del tenis, está en juego la ‘bolsa’ más abultada de la
historia de ese deporte. Si Nadal se impone en Nueva York, como ha ganado los
Masters 1.000 de Montreal y Cincinnati, se embolsará 3,6 millones de dólares
(2,7 de euros). Nada que sorprenda a los actuales campeones de los grandes
torneos, como el Open de Australia, Roland Garros y Wimbledon, que recibieron 1,6;
1,2 y 1,8 millones, respectivamente.
Y si
esa es la remuneración de los jugadores (parias, al fin y al cabo, como todos
los que ocupan la base de la pirámide de cualquier actividad ociosa o productiva), ¿qué no amasarán
los promotores, organizadores, camarillas y acólitos? Y lo peor no es eso, porque
si fuesen ingresos transparentes estarían contribuyendo a sostener el erario y
los servicios públicos. El problema es que no sabemos ni lo que cobran realmente ni dónde lo hacen, qué
impuestos pagan, de qué manera y en qué lugar, etc. Porque si hoy interesa Andorra o Suiza, mañana
será Luxemburgo y el mes próximo Barbados o las Islas Caimán. Y
nosotros, el público en general, aplaudiendo a rabiar, jaleando las hazañas de
los eximios conciudadanos envueltos en las banderas patrias, pagando
religiosamente por verlos (en directo y en la tele) y por lo que ellos no
pagan, aunque lo hagan de acuerdo con la ley. ¿Puede alcanzarse mayor nivel de
estupidez?
Pues
aunque parezca mentira, sí. Fijémonos, si no, en alguna de las muchas listas que existen de los deportistas
mejor pagados (por su trabajo y por sus ingresos en publicidad), que cada año compiten
con los hombres y mujeres más ricos del mundo. Por ejemplo, en la que ofrece la revista Forbes
para el año 2013 (http://www.forbes.com/athletes/),
los diez deportistas que más cobran son 2 jugadores de golf, 2 de baloncesto, 2
de rugby, 3 futbolistas y 1 tenista. Estas
diez personas ingresaron en el último año 552 millones de dólares (413 millones
de euros). Pero, si consultamos la lista correspondiente a 2012, la sorpresa
será mayor: los dos deportistas mejor pagados, con casi 150 millones de
dólares entre ambos, fueron dos boxeadores. Increíble, pero cierto.
A
nivel más doméstico, estos días está de actualidad el más que probable traspaso
del futbolista galés Gareth Bale al Real Madrid por una cantidad cercana a los
100 millones de euros. El entrenador de Barcelona, Gerardo Martino (un recién
llegado al país desde el otro lado del Atlántico), criticó esa decisión
diciendo que “los números que se mueven
me parecen una falta de respeto para el mundo en general”. Le han dicho de
todo, sin duda por lo obvio de su afirmación.
De verdad que no tengo animosidad alguna contra los deportistas porque, de tenerla, elegiría antes otros colectivos con los que ensayarla. No obstante, aún a sabiendas de que todas las comparaciones son odiosas, al
hilo de lo que vengo relatando, recuerdo haber leído que los gastos de funcionamiento del CSIC han pasado de
710 millones en 2009, a 500 millones en 2013, una cantidad casi equivalente a lo que ingresan los diez ‘mejores deportistas’. Como sabemos, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) es la
mayor institución pública dedicada a la investigación en España y la tercera de
Europa. Su objetivo fundamental es desarrollar y promover investigaciones en
beneficio del progreso científico y tecnológico, abarcando desde la
investigación básica a la transferencia del conocimiento al sector productivo.
Sus centros e institutos están distribuidos por todas las comunidades autónomas
y emplean a más de 15.000 trabajadores excelentemente cualificados. Cuenta con el 6 por
ciento del personal dedicado a la Investigación y el Desarrollo en España, que
genera aproximadamente el 20 por ciento de la producción científica nacional.
En
fin, lo dicho, esto es lo que hay: deporte de élite versus
ciencia y tecnología de excelencia. Sensatez versus disparates. Idolatría versus
modernidad. Las cartas están servidas. ¡Hagan juego, señores!