viernes, 22 de noviembre de 2013

Crónicas de la amistad: Santa Pola (4)

El miércoles celebramos la cuarta edición de los pequeños cónclaves que un grupo de compañeros y amigos venimos realizando a lo largo de este 2013. Empezamos en Benilloba, seguimos en Alicante y Aspe, para llegar en esta ocasión a Santa Pola, lugar resplandeciente donde los haya, que vestía para la ocasión un fantástico día otoñal, tan fresquito como luminoso. ¡Vaya gozada de mar y de horizontes tabarquinos para los santapoleros y para quienes no lo somos y estábamos allí!. Desde Peña Grande, el chiringuito donde quedamos, la mar y la mañana, irritantemente azules y diáfanas, eran tan provocadoras que diría que estaban ‘compinchadas’ con nosotros.

Alguien sugirió que hiciésemos crónicas de nuestros encuentros. No seré yo el autor porque ni es mi deseo, ni tengo recursos narrativos suficientes. Ahora bien, fiel a mí mismo y a las pretensiones de este blog, reflejaré en él mis reflexiones,  pensamientos y sentimientos sobre las circunstancias de nuestras citas, garabateando con trazos desleídos o vigorosos, según convenga, las impresiones que me procuran los rubicundos y maravillosos espacios de tiempo que exprimimos mientras hablamos, comemos y bebemos, convivimos y nos queremos. Porque las nuestras son unas tertulias apasionadas, en las que se diluyen las pertenencias y los lenguajes. Son puestas en escena improvisadas, corales, espontáneas y polifónicas, que explicitan un ser y un estar anhelados por todos. Así que ni haré crónicas al uso, ni relatos sistemáticos de los días y los hechos. Escribiré a propósito de ellos, contando mi versión particular. En todo caso, intentaré tejer y confundir las palabras y, sobre todo, trabajar la memoria, empeño frente al que no pienso claudicar.

Vamos creciendo en concurrencia. Ayer nos acompañó Luis Gómez, que se sumó a los que estuvimos el mes de mayo en Aspe. Todos puntualmente presentes este miércoles, 20 de noviembre (¡Horror! Vaya ocurrencia para una cita, y nadie reparamos en ello, seguramente dada la impaciencia por vernos). Quedamos en el chiringuito de la playa de Levante y, tras disfrutar brevemente de algunas cervezas y de la delicia de día que vestía a Santa Pola, nos dirigimos al restaurante Tinta Roja, lugar conocido de Pascual y singularmente de Elías (santapolero adoptivo), que tiene allí buenas referencias. Tantas que hasta hubo café licor para el aperitivo. No era “Cerol”, pero los expertos de la Montaña asintieron. Lo que interpreto como aprobación explícita de lo servido. Abundantes y riquísimos los aperitivos, con productos de la tierra y, primordialmente, de la mar. Finalmente, fideuá y arroz a partes iguales, ambos “de peix” como no podía ser de otro modo. Postres variados, livianos y excelentes, acompañados de las primeras copas. En la sobremesa, entre diálogos cruzados y discusiones efervescentes, Antonio Antón nos obsequió con un CD, que incluye una docena larga de ¿viejas? fotografías que añadimos a nuestra particular colección. Alfonso dijo que vio hace unos días a Pilar Tormo, en Alcoi. Inevitablemente, surgió la pregunta: ¿Y Enrique Filgueira (“El Figo”)?. Otro colega que ya no está con nosotros y a quien recordamos con afecto. Viendo las fotos que nos trajo Antonio, descubro entre los ‘tunos’ a alguien que hace más tiempo que nos dejó: Agustín Medina, el hombre de la melódica y de la sonrisa permanente.

Rematamos la comida y nos fuimos a otro bar. Allí siguió la tertulia hasta que, caída la tarde, la mitad, más o menos, nos despedimos. He sabido que los demás  siguieron y siguieron… y que les dieron las diez y las once y, seguramente, hasta las doce. Esta vez la luna no los encontró desnudos al amanecer… porque hacía frío y se refugiaron en casa de Pascual.

Pese a todo, como él dice,  ¡Qué jóvenes estamos!  (¡Qué ocurrente Pascual!). Y añade: “Pero, sobre todo, se nos ve felices”. En eso, sí que estamos de acuerdo.  Como lo estamos en que no vivimos ni en la melancolía ni en la nostalgia. No hay nostalgia del pasado cuando uno se trae consigo a lo largo de los años lo que no quiere perder. Y cuantos nos reunimos venimos cargados de lo que no queremos perder, y de las cosas a las que no renunciamos. Todas están en nuestro presente. Tal vez por ello, siguiendo con Sabina, no vivimos en el número 7 de la calle Melancolía y hace años que nos mudamos al Barrio de la Alegría.

También concuerdo con él en que, "no sé si es el azar, la casualidad, la proximidad o un cúmulo de afortunadas circunstancias nos han conducido a este presente en el que, agraciadamente, estamos juntos, más de 40 años después. Realmente es un lujo tenernos cerca y disfrutarnos. Quiera el destino que estos, nuestros encuentros, sean largos y prósperos, no solo en vino y manjares sino en compartir momentos de gran felicidad y hasta otros, más difíciles, que esperemos sean los menos".

Como dice Antonio Antón, yo también me sigo emocionando cuando compruebo que, aunque hayamos pasado media vida sin vernos, siempre hemos "estado" los unos con los otros y para los otros. Puedo asegurar con él, sin miedo a equivocarme, que esa emoción me llena el alma hasta colmarme… Y añadiré: ¡sigue cantando Antonio!, como lo hacías la otra noche en casa de Pascual. ¡No pares nunca!

Desde Santa Pola y en noviembre. 

Salud, mucha salud, queridos amigos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Domingo.

Mi mujer que, después de mi, sin duda es la persona que más me quiere, me dice cada domingo: ¡tranquilo, no te excites!, ¡relájate, por favor!, que no te convienen los sobresaltos. Se preguntarán, ¿qué le sucede a éste los domingos que no le ocurra durante los demás días de la semana? Para responder a la cuestión, empezaré confesando que hace un año largo que me jubilé, lo que equivale a decir que para mí todos los días son sábado, y los sábados son domingo, como asegura mi amigo Emilio Soler. Y añadiré que lo que hace diferentes los domingos de los demás días de la semana es que suelo comprar los periódicos y que, al ojearlos, me sobreviene una irritación atroz, que desasosiega espantosamente mi carácter.

Ayer, por ejemplo, percibí los primeros síntomas leyendo las páginas dos y tres del diario Información, que incluían el habitual “Análisis” dominical de su director, Juan Ramón Gil. Aunque leo los periódicos casi todos los días en el iPad, parece que la tableta me turba menos que el papel, porque cuando lo hago en este soporte me solivianto mucho más. Como decía, mi mujer intenta tranquilizarme con apelaciones a la calma y a la conveniencia, pero me resulta casi imposible hacerle caso. Y es que, mirado fríamente, ¿cómo no sobresaltarse frente a la ignominia diaria a la que nos someten nuestros impresentables gobernantes?. Ofreceré algunas muestras. Una de las noticias de ayer fue la petición de indulto que han firmado los parlamentarios del PP en las Cortes Valencianas a favor del ex alcalde de Torrevieja, Hernández Mateo. Nada menos que el 85% de ellos se han movilizado en defensa de su correligionario, condenado por corrupción. El ex munícipe y ex parlamentario, en lugar de acatar la sentencia, como exigen a los demás, pretende eludir la cárcel con la aquiescencia y complicidad de casi la totalidad de sus camaradas en las Cortes, que no debieran olvidar que, además de representarse a sí mismos, también representan a la ciudadanía que los vota y, por ello, están obligados a tener y practicar la vergüenza, sea torera o no.

Pero si ello no fuera suficiente, mi desazón aumentó sin pasar de la página tres cuando, en un desguace lateral, bajo la rúbrica “Con nombre propio”, leí que la señora Barberá, infausta alcaldesa de Valencia, había prestado declaración ante el juez Castro con relación a los convenios suscritos por el Ayuntamiento que preside con el Instituto Noos-Urdangarín. Esa señora parece que le dijo al juez que ni presionó ni maquinó para contratar con el dichoso instituto, del mismo modo que antes decía que no se había entrevistado con el Duque de Palma. Ahora, sin embargo, ante las evidencias palmarias, reconoce que aunque no lo hizo en La Zarzuela, sí se entrevistó con él varias veces, insinuando que fue engañada. Y seguirá diciendo cuantas ocurrencias le venga en gana y haciendo lo que le plazca, sin recato ni rubor, porque sabe que le van a salir gratis, política y judicialmente. La derecha no paga peajes políticos ni judiciales. Y así, en la impunidad, cualquiera.

En la página cuatro encontré un titular para levantar el ánimo: “La fractura del bienestar social en la provincia”. Leí en ella algunos datos que evidencian que en los cuatro o cinco últimos años el gobierno del PP ha desguazado el estado de bienestar que disfrutábamos: 200 camas y 1000 médicos menos en los hospitales, 2000 maestros menos en las escuelas e institutos, un 30 % menos de becas de comedor y libros de texto y, para rematar la faena, casi 240.000 personas que malviven de la caridad. Si esto nos parece poco, en la página diez se incluye un reportaje que se hace eco de las manifestaciones que los pasados días han llevado a cabo cientos de estudiantes alicantinos, beneficiarios de las becas Erasmus, en diversas ciudades europeas, exteriorizando ante embajadas y consulados sus protestas contra la supresión de las llamadas becas de movilidad y su oposición frontal a unos políticos que pretenden devolvernos a la caverna, revitalizando la autarquía educativa y el “cordón sanitario” de los Pirineos, retrotrayéndonos al aislacionismo de los siglos pretéritos.

A estas alturas de la lectura, la saña de mi comezón era ya casi insoportable. Pero había más. En la página veinte, sección “Política”, un titular resaltaba las declaraciones del President Fabra en la convención celebrada por su partido en La Vila para presentar a los alcaldes los presupuestos de 2014. En ellas, admitía el desgaste del PP por el cierre de Radiotelevisión Valenciana y les pedía que levantasen la cabeza. Nada que objetar a tan loable propósito del general arengando a su tropa. Pero inmediatamente, Fabra y su vicepresidente Císcar cambiaron el disco y pusieron el habitual: Zapatero es el culpable de los males económicos que aquejan a la Comunidad, lastrada por una deuda suicida de 30.000 millones de euros. Aseguraban que el modelo socialista de financiación autonómica, aprobado en 2009, nos expolia 1000 millones anuales. Y yo me pregunto, ¿quién es el responsable del expolio de los 28.000 restantes? Porque, que sepamos, desde 2011, en Madrid gobierna el PP y, desde 1995, lo viene haciendo ininterrumpidamente en la Comunidad. Sin comentarios. Yo, enésimo soldado patrio, confieso que también maté al general Prim.

Tampoco cansaré al lector con el repaso a la totalidad del periódico. Bastante tengo yo con mi sarpullido desaforado. Además, tendría tema para un mes. Concluiré con el contenido de la página veintidós, sección “Política”. El titular, inefable: “La tesis del ex conseller Cervera, ex diputado nacional del PP, incluye 84 páginas iguales a otra”. Esto es el colmo de los despropósitos. Que semejante fulano tenga la ‘barra’ de presentar una tesis doctoral, la mitad de la cual es copia casi literal de la que diez años antes entregó un doctorando egipcio en la Universidad Complutense, es académica e intelectualmente insoportable. Que, además, los tres codirectores de la referida tesis diesen el placet para su presentación y que su directora principal arguya a fortiori que “se había aprovechado el trabajo realizado en la primera”, apostillando que “el trabajo de investigación, que es lo verdaderamente importante, es completamente diferente” reafirma mis convicciones: no tienen vergüenza, no conocen los principios, son gandules de solemnidad. Y, además, son aprovechados e impresentables y merecen, desde hace años, que los desalojemos del poder. Cuanto más tardemos, más lo lamentaremos.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Trece pisos en quince minutos.

Alguien comparó la amistad con los paraguas, recordándonos aquello de que, cuando llueve, es cuando los reconoces. Ayer regresamos de Matalascañas, de nuestro viaje con el IMSERSO. Volvimos satisfechos porque logramos el principal propósito que nos fijamos cuando lo contratamos: ver a Feli y a Juan Manuel, nuestros amigos onubenses, y disfrutar algunas horas con ellos.

Hace veintitrés años que forjamos esa amistad. Todo empezó en Barcelona. Feli y Amalia hacían un curso de posgrado y les tocó compartir habitación. El hotel Lleó  fue la referencia. La casualidad, el puro azar, hizo que coincidiesen en el mismo espacio y tiempo dos personas que estaban llamadas a entenderse. Pese a las distancias y a sus diferentes orígenes y culturas, el flechazo fue casi instantáneo: complicidad y empatía a primera vista, que el paso de los años y las circunstancias han matizado y mejorado.

Juan Manuel y yo también nos conocimos allí. Como si de un viaje en el tiempo se tratase, aprovechábamos los fines de semana para cortejar a nuestras parejas, remedando, o casi, nuestros tiempos de noviazgo. Igual que les sucedió a ellas, también nosotros entablamos amistad de inmediato. Sintonizamos porque percibimos enseguida que teníamos más puntos de coincidencia que de discrepancia. En aquellos años, ambos trabajamos en las administraciones públicas. Él era un alto cargo en la Junta de Andalucía y yo un técnico de la administración educativa valenciana. Finalizó el posgrado de nuestras esposas y paralelamente nuestras visitas a Barcelona, que se trocaron por otras alternativas a nuestras respectivas procedencias geográficas.

El año 92 se celebró la Expo en Sevilla. Y allá fuimos para ver a nuestros amigos Feli y Juan Manuel, que vivían aquellos años de ‘destierro’ en un adosado en los Alcores, alejados de su querida tierra onubense e hipotecados por las servidumbres de la política. Allí se conocieron y jugaron nuestros hijos: Vicente, Juanma y Jose, que apenas contaban entre ocho y diez años. Tuvimos el privilegio de conocer los entresijos de la Expo 92 cuando apenas desgranaba sus preámbulos, recorriéndola de la mano del mejor anfitrión que podíamos tener. Intensas y placenteras fueron también las excursiones por Doñana y por las sierras de Sevilla y Huelva. Conocimos y aprendimos a apreciar la riqueza de unos espacios naturales cuya belleza y singularidad desconocíamos, de la misma manera que ignorábamos la amplitud de su transcendencia ambiental. Feli y Juan Manuel nos enseñaron a saborear el ‘cochino’ de pata negra y el ‘choco’, las acedías, las pijotas y el auténtico pez espada del Atlántico.

En lógica correspondencia, ellos nos visitaron en Alicante.  Recuerdo aquel Opel Vectra de color azul marino en el que venían y, especialmente, el mazacote de teléfono inalámbrico que acompañaba a Juan Manuel y le mantenía localizable, alerta y al pie del cañón, por si sobrevenía cualquier emergencia en los montes o en los polígonos industriales de Andalucía. Les mostramos algunas cosas de nuestra tierra, primordialmente los maravillosos acantilados que conforman el cabo de Sant Antoni y el Misteri d’Elx, las anchoas del Mercado Central, las gambas rojas del Pegolí y los turrones de Xixona y Alacant. Durante los ‘ires’ y ‘venires’, en esos viajes de ida y vuelta, a lo largo y ancho de sus visitas y de nuestras correspondencias, fuimos forjando una sólida amistad, que perdura hasta hoy.

En ese tiempo compartido, admiré tanto la sabiduría científica y tecnológica de Juan Manuel como el pragmatismo de Feli. Siempre me deslumbró la portentosa memoria de Juan, su ingente capacidad para recordar cifras y datos, así como los detalles más prolijos del entorno paisajístico, natural, urbano y productivo de Andalucía y del resto del país. Me admiró sobremanera su capacidad para recordar los pormenores de sus viajes y experiencias, su habilidad natural para compaginar la formación científica con el interés sostenido por la cultura, en su más vasto y amplio sentido. Porque Juan Manuel es, más allá de un cualificadísimo experto ambiental, una persona ‘leída’, que se ha afanado durante toda su vida por estar al día en su profesión y en sus aficiones.

Pasó el frenesí de la crianza de nuestros hijos y de la extrema dedicación a nuestros trabajos, que nos absorbieron casi por entero, en una época en la que muchos creímos que estábamos llamados a materializar grandes aspiraciones personales y profesionales. Parecía que llegaba la hora del sosiego, los tiempos de baja intensidad y… justo en ese momento, con un intervalo de pocos meses, a ambos nos sorprendió el zarpazo. Una tranquila mañana de domingo, un cóctel de reacción alérgica y estrés me enviaron una semana a la UCI, de la que logré salir casi indemne.  A Juan Manuel le fue peor. Un accidente cerebrovascular le cazó sobre su bicicleta, mientras practicaba uno de los deportes que le apasionan. Cayó fulminado y sus vidas cambiaron radicalmente. Lo que no logró el infortunio es quebrantar algunas de sus principales cualidades, como el coraje, la obstinación y la tenacidad para no doblegarse ante nada y para luchar por conseguir sus propósitos.

Hace doce años que Feli y Juan Manuel libran una lucha encarnizada contra el infortunio. Afrontan con una entereza y una decisión encomiables los condicionantes y limitaciones que afectan a sus vidas, gestionándolos con creciente eficiencia a medida que transcurren los meses y los años. Un ejemplo de ello es la pasión que sigue teniendo Juan por la bicicleta, que han heredado sus hijos Juan Manuel y Jose, ambos ingenieros y deportistas. Cuando llega el verano y se trasladan a su maravillosa casa de Punta Umbría, Juan exprime su triciclo recorriendo en largos paseos la playa onubense. Compite con el brioso caminar de Feli, pedaleando con el mismo ímpetu que lo hacía en su bicicleta de carreras, cuando se vaciaba recorriendo las marismas del Odiel y el Aljaraque, camino de Cartaya y el Rompido, en travesías de hasta 50 km entre las dunas y los pinos de la costa onubense.

Pero no conforme con ello, cuando llegado el otoño vuelven a la casa de Huelva, Juan no solo no se rinde sino que compite consigo mismo, autoimponiéndose la mejora continua. Hasta el punto de que ha descubierto una técnica de rehabilitación increíble: subir a pie las escaleras de su casa hasta llegar a su vivienda en la sexta planta del edificio. Podrá argüirse que no es nada excepcional, pero diré en su favor que las secuelas del accidente mencionado han quebrado su sistema de equilibrio, han originado que su pierna derecha apenas le obedezca y que tampoco pueda fiar mucho del sostén que le procura la izquierda. Pues, pese a todo ello, aún hay más. El sábado pasado, rizando el rizo, Juan Manuel y Feli consiguieron ascender a pie las trece plantas del edificio en que viven, más de doscientos escalones, en quince minutos. Algo para verlo y no creerlo, pero doy fe que tan real como la vida misma. Algo que, en mi humilde punto de vista, solo está al alcance de personas excepcionales, como lo son nuestros amigos Juan Manuel y Feli. ¡Enhorabuena!