viernes, 31 de enero de 2014

Memoria histórica.

Hace casi tres semanas que me tiene absorto el tema de la memoria. A comienzos del pasado otoño, Pedro Olivares nos convenció, a Emilio Soler y a mí, para que nos incorporamos a trabajar con la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica. Hasta entonces, apenas tenía vagas noticias y pocas referencias de su actividad. Tampoco era mucha mi información sobre la tarea que llevan a cabo las asociaciones de la memoria, las comisiones de la verdad y, en general, el movimiento ciudadano vertebrado en torno a las violaciones de los derechos humanos que han producido todas las dictaduras: en España, en Europa y en el mundo.

Representantes de la Comisión en el Parlamento Europeo
Estos meses de colaboración con la Asociación me han acercado un conocimiento bastante más extenso y profundo de los aspectos que atañen a la recuperación de la memoria histórica. Ciertamente, sonroja un poco trabajar codo con codo con personas que tienen biografías tan impresionantes. Ruboriza formar parte de un grupo en el que han participado gentes como Enrique Cerdán Tato, Miguel Gutiérrez, Arcadio Blasco o Mario Candela, entre otros muchos ciudadanos de bien. A veces me asaltan dudas y alguna que otra reticencia sobre si seré capaz de estar a la altura de las circunstancias. La verdad es que estos titubeos se disipan ipso facto en la siguiente reunión, en la que la camaradería y la actitud de los compañeros disuaden cualquier vacilación.

Hace apenas dos meses, no tenía ni idea de las ramificaciones y derivas que tiene la memoria histórica. Las últimas semanas hemos estado preparando el viaje al Parlamento Europeo, en Bruselas, para dejar constancia del trabajo que realiza la Comisión en Alicante desde hace más de una década, y para demandar de esa gran casa de la democracia europea solidaridad y un pronunciamiento institucional, explícito e inequívoco, que condene los crímenes de la Guerra Civil y del franquismo. Fuimos allá, invitados por el eurodiputado Vicent Garcés, y nos sorprendió ser la primera comisión de la memoria que ha comparecido allí para demandar la condena sin paliativos de crímenes que permanecen impunes. Antes de viajar, éramos conscientes de nuestras posibilidades, y todavía lo somos más a la vuelta.

Lo cierto es que hemos conseguido bastantes de nuestros propósitos. Pienso que hemos iniciado una nueva fase en los trabajos de la Comisión y ello hace más inmensa, si cabe, la tarea que queda por hacer. Pese a todo, en ello estamos y pensamos seguir estándolo. Los republicanos y las republicanas, sus familias y la ciudadanía en general tienen todo el derecho a saber la verdad y a obtener la justicia, el reconocimiento y la reparación que todo ser humano merece, especialmente cuando se le desprovee violentamente de sus más elementales derechos y se le hace desaparecer impunemente.

miércoles, 8 de enero de 2014

Careros.

Uno ya va entrando en años y tiene que prepararse para lo que es propio de su edad. Espero ser abuelo, antes o después. No se sí alcanzaré tal honor, pero tengo confianza en lograrlo. Entretanto, me entreno para ese menester con una sobrina nieta, que nos han procurado el más joven de mis sobrinos y su pareja, y con los nietos y nietas de los amigos. Y confieso que me lo paso en grande haciendo tonterías mientras juego con ellos, cuando me dejan hacerlo. No sé si sucederá lo mismo cuando sea de verdad y lo haga con mis propios retoños a tiempo completo. Supongo que sí.

Pero bueno, a lo que vamos. Como soy hombre precavido, he empezado a prepararme para desempeñar satisfactoriamente el cometido. Así que me he documentado sobre el “top ten” de los juguetes infantiles. Por lo que he podido averiguar, este año ha copado el mercado el mundo de Peppa Pig, un auténtico muestrario lúdico inspirado en una serie de dibujos animados, que crearon hace una década en el Reino Unido N. Astley y M. Baker. Ofrece una infinidad de juguetes que se venden como rosquillas: la colección y mesa de juegos interactivos, el libro de actividades, la cocinita, el teatro de marionetas, la muñeca, el maletín de joyas, los cacharritos, la pizarra… Otra colección que hace furor es la serie Planes, inspirada en la película de animación de Disney, basada en los Cars de Pixar, con aviones como personajes. Brinda un enorme repertorio de aviones: teledirigidos, de interior, de exterior, caros, un poco más económicos…

Pese a todo, Barbie sigue siendo Barbie. Sus colecciones para la temporada la mantienen permanentemente en el candelero: Catania es la propuesta de este año. ¡Espectacular!, como debe ser. Los clásicos defendiendo su cuota de mercado.  ¿Qué hace si no EDUCA?. Este año ofrece Educa Touch, con sus exclusivas tabletitas Contar, Abecedario, Aprendo inglés y Cuentacuentos aglutinando las peticiones de los infantes de entre 3 y 6 años. ¡Qué monos los pequeñines con sus ‘pseudoiPads’!

Otro clásico superventas: Playmobil. La estrella sigue siendo el Fuerte. ¡Qué delicia!, igual que hace treinta años. LEGO con sus nuevas propuestas, City y Creator, es la alternativa alemana al clasicismo nacional de Playmobil. Por su parte, EDUCA, además de incursionar en la digitalidad sigue acometiendo con sus puzzles, desde las 500 a las 6000 piezas. Pero debe reconocerse que si algo ha arrasado esta temporada es la cocina. El efecto Master Chef y Master Chef Junior… nos ha llevado inevitablemente al Restaurante de Barriguitas, con comiditas, galletas y tartas, delicias de chocolate… ¡Para chuparse los dedos!.

Y para rematar, la línea Juguete 0-2. El que no eligen los niños sino sus papás. Naturalmente, se trata de artilugios educativos para encajar formas, identificar colores, etc., en fin, para que aprendan algo. ¿Qué cosa mejor pueden hacer las tiernas criaturas mientras sus papas disfrutan de los amigos y de las terrazas?

Después de repasar este agotador muestrario de novedades, he decidido que no comprare a mis nietos ninguna de ellas. A cambio, les ofreceré una primicia lúdica exclusiva: los “careros”. ¿Qué son los careros?, se preguntarán. Pues una sorpresa que no pienso desvelar porque, según la tradición, quiénes sabemos lo que son solo podemos compartirlo con nuestros nietos. Así que, si lo quieren saber, tendrán que preguntárselo a ellos.

martes, 7 de enero de 2014

El viento que sopla del oeste.

Aunque no sé nada de economía, me ilusiona que Janet Yellen triunfe como presidenta de la Reserva Federal de los EE.UU. de América (FED). En mi ignorancia, me suena bien el contenido de su discurso en el Senado de aquel país, aceptando la nominación a la presidencia de la FED. Lo que en síntesis vino a decir en él es que los principales cometidos del “banco central” que presidirá a partir del próximo día 31 de enero son: promover el empleo todo lo posible, estabilizar los precios y garantizar un sistema financiero estable y seguro. Yo firmo lo mismo para este, nuestro país, desde ya y sin otras cautelas.

He leído que Janet Yellen forma parte de la escuela de economistas de la prestigiosa Universidad de Yale que, contrariamente a la de Chicago, ha sido históricamente partidaria del activismo en la intervención económica y, por tanto, reacia a quedarse cruzada de brazos esperando a que se resuelvan per se los grandes problemas socioeconómicos, como el desempleo o la desigualdad. Verdaderamente, cuando hurgas un poco en su biografía descubres que no le falta pedigrí a la señora Yellen, faltaría más. Su principal mentor, James Tobin, la vincula directamente con el pensamiento de J. M. Keynes. Otro de sus preceptores, Ted Truman, parece que es el principal inductor de una de sus mayores obsesiones: estudiar el impacto social del desempleo. En la relación de personas insignes que han acompañado su trayectoria académica se incluyen otros dos premios Nobel de Economía: su marido, George Akerlof, y Joseph Stiglitz, maestro suyo en Yale. De alguna manera, todos ellos son responsables del principal mensaje que empapó su discurso en el Senado que, a mi entender, es tremendamente esclarecedor: “la misión última del banco central americano, la Reserva Federal, es servir a todos los ciudadanos”. No es la penúltima ocurrencia del tertuliano de turno en cualquiera de las ignominiosas cadenas de TV que nos intoxican cada mañana. Lo dijo ella, con la solemnidad que acompaña a una insigne profesora que será en breve la presidenta del banco central de la principal economía mundial. No creo que hoy pueda emitirse mensaje más progresista que el suyo: “las administraciones públicas tienen la obligación de asegurar que todo el mundo tiene la oportunidad de trabajar y de prosperar”.

Pese a que no tengo ni idea de economía, y mucho menos de política económica, me alegra profundamente el discurso de la señora Yellen. Un mensaje que entiendo, con el que me identifico, y que resume una línea de pensamiento que se distancia radicalmente de lo que parece ser la norma rectora de los responsables de la política económica española y europea: dejar que los bancos y los mercados hagan lo que quieran. O, dicho de otro modo, abandonar la sociedad en sus manos, permitiendo que sea la economía el eje vertebrador de la sociedad. 

Humildemente, considero que los mercados son imperfectos y profundamente insensibles e injustos. Es más, creo que las economías capitalistas son incapaces de funcionar con tasas de pleno empleo y, por ende, con altos indicadores de justicia social. Por ello, me parece que deben imponerse las soluciones políticas para dar respuesta a las grandes cuestiones que nunca resuelve la economía pura y dura: el empleo, la desigualdad y la dignidad de las personas. Me alegra que Janet Yellen sea partidaria de la intervención de los gobiernos en la solución de los grandes problemas que afectan a las sociedades, como el paro, el mantenimiento del estado del bienestar o la garantía de la atención sanitaria. Sinceramente, pienso que ese intervencionismo relativo, refrendado por otros insignes economistas, es la respuesta responsable y sensible con la comprensión del coste humano que esconden las cifras macroeconómicas y los datos del empleo. Si el mercado financiero es imperfecto (y en esto creo que discreparemos poco), también lo es el laboral. Por eso, se impone la intervención de un regulador que asegure la primacía del interés general y que ponga freno a lo que ellos ni quieren ni pueden evitar.

Evidentemente, el juego económico es extremadamente complicado. También es obvio que los estímulos institucionales o artificiales a la economía ni pueden ser infinitos ni prolongarse sine die. Pero es igualmente claro que algo hay que hacer cuando las cosas no se resuelven por sí mismas. Y no parece que vaya a ser así en los próximos meses o años. Así que saludo con alegría el nombramiento de la señora Yellen como presidenta de la FED, y hago votos porque su triunfo sea el nuestro. A ver si, al menos esta vez, el faro de occidente nos ilumina con autenticidad y nos señala un camino bien definido para salir de la puñetera crisis que nos machaca a todos. La verdad es que creo que estamos vendidos, aunque albergo una tímida esperanza de que no lo debamos todo y de que todavía nos quede algo con lo que apalancar nuestra libertad para decidir.
Janet Yellen

lunes, 6 de enero de 2014

Año nuevo, viejos problemas.

Leo en el periódico una noticia que me conmueve. Un hombre de 67 años, enfermo de cáncer desde hace seis, muere solo, como un perro sin dueño, en una tubería de desagüe junto al río Ebro, que era la “casa” que compartía con otro indigente. Según recoge la crónica, cuando le diagnosticaron la enfermedad decidió apartarse de la vida y del mundo para evitar molestar a su familia. Pese a que cobraba una pensión razonable, eligió como morada ese escondrijo de apenas un metro de diámetro, que le ha servido para borrarse de la nómina social, evitando el sufrimiento a su familia y a la sociedad en general, exonerándoles de compartir la angustia por verle languidecer y consumirse. Ésa es la historia que recoge la noticia. ¿Qué más hay detrás de ella? ¿Es exactamente lo sucedido o se omiten otros detalles? Ni lo sé, ni creo que tenga la menor importancia. Lo relatado es más que suficiente. Constata un suceso aterrador, que me avergüenza y que me escuece como un hierro candente en la piel.

La opulenta sociedad en que vivimos (aún a pesar de la crisis), que se rasga las vestiduras porque se abandonan los animalitos de compañía (mascotas, les llaman ahora), que gasta centenares de miles de euros en llenar las ciudades con árboles, macetas o luces de colorines (a mayor lucro de los proveedores municipales), que consume compulsivamente lo innecesario, lo superfluo y lo que se tercie (aunque no sirva para nada), que aprovecha estas “entrañables” fiestas navideñas para practicar la caridad más farisea, organizando rastrillos, bancos de alimentos y/o juguetes por un día (como si los años tuviesen esa duración para quiénes carecen de todo), contempla sin parpadear como un ciudadano que cobra su pensión (colijo que porque ha cumplido a lo largo de su vida con sus deberes, y no como tantos otros), enfermo de morir, lo hace en una alcantarilla, como si fuese una piltrafa. Y nadie hace nada para evitarlo. ¿Acaso puede argüirse desconocimiento de una situación que parece que persistió más de un lustro? ¿Es tolerable tal nivel de eficiencia de nuestro sistema de protección social?

Cada vez soporto peor la indignidad en que vivimos. Lo que le ha sucedido a esta persona es parangonable con lo que les acontece diariamente a otras decenas de miles, cuyo sufrimiento y desesperación deberían conmover a las piedras. Y no es así, conocemos habitualmente hechos que nos avergüenzan porque ponen en evidencia nuestra condición de seres sociales, nuestra humanidad, nuestra capacidad de sentir piedad y de sobrecogernos y ponernos en el lugar de los otros. Particularmente reniego de esta sociedad de la egolatría, del despropósito, de la desmesura, de la insensibilidad y de la sinrazón. No quiero ser ciudadano del cuarto mundo, de un Estado que no es capaz de solucionar problemas y situaciones que no son permisibles en un estado de derecho y menos en el estado del bienestar en que presuntamente habitamos. No podemos seguir mirando para otro lado porque son urgentes las soluciones. No hay dilaciones posibles y debemos ser combatientes en esta dirección por encima de cualquier excusa.

Ya está bien de pamplinas, de regalitos navideños y de tonterías. Es hora de empeñar la energía y los recursos disponibles en afrontar e intentar resolver los problemas auténticos de los ciudadanos. Ya está bien de vivir en una especie de entelequia, que se obstina en ningunear o negar la realidad que tenemos cada mañana ante nosotros.

Hace muchos años que aborrezco la obscenidad religiosa de la Navidad. Repudio el fariseísmo de una sociedad mentirosa, que glorifica unas virtudes mientras practica las contrarias. Una sociedad en la que el mercado, como nuevo Deus ex maquina, se asocia con la ideología religiosa condicionando la conciencia, la conducta y la propia identidad de la ciudadanía. Aparecen valores y pautas de comportamiento, adobadas con la ideología de la precariedad y la inseguridad como pautas positivas, cuando realmente de lo que se trata es de vaciarnos  los bolsillos y de arrebatarnos las conciencias.

Yo seguiré diciendo que es imprescindible construir un contradiscurso que incorpore las miradas de los otros, de las otras realidades, de las otras culturas, de las otras etnias…, miradas que aportarán explicaciones, intuiciones y hasta redefiniciones de nuestra propia historia. Como dijo Paulo Freire “la actividad de los ciudadanos no puede ser la de quiénes, reconociendo la potencia de los obstáculos, los considera insuperables. Al contrario de lo que piensan los irresponsables, el lenguaje de quien se inserta en una realidad contradictoria, empujado por el sueño de hacerla menos perversa, es el lenguaje de la posibilidad. Es el lenguaje comedido de quien lucha por su utopía de una forma impacientemente paciente”. Ese es, otra vez, mi propósito para el nuevo año: transformar algunas dificultades en posibilidades.