Leo
en el diario Información una tribuna
que firma Emilio Soler anunciando la presentación de un pequeño opúsculo, elaborado
por Mario Martínez, que lo titula Donde
da la vuelta el río. Dice Emilio, amigo del autor desde casi siempre, que
es una edición no venal y que cuenta algunas de las historias que Mario y sus
conciudadanos vivieron en su infancia y adolescencia, allá por los años
cincuenta y primeros sesenta del pasado siglo.
No
he tenido la oportunidad de ojear el libro, aunque espero hacerlo pronto. Por
lo que dice su glosador, parece que en él se relata un viaje placentero por un
tiempo desaparecido, al que se mira con la perspectiva que dan los años. Un
periplo y una óptica que me resultan familiares y de los que me parece que soy
cómplice a menudo. Y me agrada conocer que otras personas practican esa actividad
recurrente. Tengo la impresión de que somos más de los que creía quienes tenemos
inquietud o tendencia a dejar reflejadas en páginas de papel o digitales algunas
de las cosas que nos sucedieron en la vida. Tal vez porque las consideramos
interesantes (a veces, creo que hasta importantes), o simplemente porque sentimos
la necesidad de evocarlas y compartirlas. Quizás por eso, a ratos, me sumerjo
en esa especie de viajes de regreso al pasado, matizados y tergiversados
involuntariamente, en los que redescubro y reflexiono sobre los acontecimientos
y las vicisitudes de mi infancia y adolescencia. Y confieso que me magnetiza
volver a recorrer el territorio que ambas delinean, una especie de patria
auténtica, en la que me reconozco
plenamente, como escribió Juan Marsé.
La
crónica-reclamo de Emilio, anunciando la presentación del libro en Sax la tarde
del pasado sábado, está salpicada de las pullas cariñosamente hirientes con que
se obsequian ambos amigos cuando comparecen públicamente, a la vez que hace un
recorrido expedito, y sin embargo exhaustivo, por los hitos del panorama de
aquellos años juveniles en la década de los 50 y los primeros 60,
que todavía compartimos tantos, en todo o en parte. Las lecturas de las novelas
de la editorial Bruguera que escribían Marcial Lafuente Estefanía o Silver
Kane. El tiempo de los tebeos, con las historietas americanas del Hombre Enmascarado, Flash Gordon, Tarzán o El
Príncipe Valiente, y sus réplicas carpetovetónicas de El Coyote, Diego Valor, Pantera Negra o El Capitán Trueno. No faltan las alusiones a las radionovelas
lacrimógenas de Doroteo Martí y Guillermo Sautier Casaseca; ni tampoco a
Alberto Oliveras, la estrella indiscutible de las noches radiofónicas con Ustedes son formidables. Tampoco se olvidan Carrusel deportivo y el circo de los Hermanos Tonetti, ni el Teatro
Chino de Manolita Chen y los cines de verano, que tanto idolatra el
glosador, ni las alusiones a la épica torera de El Tino y Pacorro, para
concluir con las referencias musicales de Cliff
Richard, Sylvie Vartan y Rita Pavone,
tres de los fetiches del exégeta.
Me
imagino que Mario hablará de todo ello, seguramente desde una perspectiva más elaborada,
ácida y socarrona, como suele ser su prosa. Así que tengo curiosidad por ojear su
libro para disfrutar lo que haya dado de sí su ágil y afilada pluma, generalmente
más caracterizada por su brillantez que por su tesón. Me gustará conocer cómo
enfoca el reencuentro con las vivencias pretéritas; las propias y las de los sesentones que forman la Cuadrilla de la Boina, que antaño fueron sus compañeros de viaje en Sax.
Desconozco
si coincidiremos en algunos enfoques o serán parecidas las temáticas que nos
inquietan. En todo caso, sé que me enfrentaré a una propuesta ingeniosa y
brillante, de la que estoy seguro que aprenderé. Ya contaré mis impresiones
tras la lectura, aunque diré que, antes de empezarla, ya me produce agrado imaginar
la concomitancia de intereses y la compartida necesidad de dejar constancia de
la pequeña historia, la que prefiguran las historias personales con nombre
propio. Todas ellas, juntas e imbricadas, conforman la Historia con mayúsculas,
que recogen los libros serios. No obstante, para algunos, escribir las pequeñas
historias y sus intrahistorias resulta una tarea necesaria, que nos satisface.
Por eso, saludo con optimismo la contribución de Mario y agradezco a Emilio su
difusión. Estoy seguro que la merece.