lunes, 30 de marzo de 2015

Maruja Pastor.

Acaba de cumplir 89 años y todavía conserva el cuerpo fibroso de una mujer madura y severa, dispuesta a emprender casi lo que haga falta. El pelo a lo garçon, como cuando era una jovencita o, al menos, como cuando la conocimos allá por los sesenta y tantos. La mirada vivaracha, diáfana y franca. La risa un tanto impostada y, sin embargo, limpia, dulce y grave, aflorando desde lo hondo y expresando la fugaz satisfacción de quién opta por exhibirla, sin prodigarla. La voz grave y pausada en el terreno corto, atiplada y enervada cuando la excita la pasión discursiva o le indigna la injusticia y la sinrazón. Así sigue, como fue siempre. Maruja es de las personas que no engañan.

Te la echas a la cara y estás frente a uno de esos personajes femeninos involuntariamente pioneros, sean señoras feudales, prostitutas, amazonas, brujas, aburguesadas o profesoras. Su imagen es el vivo ejemplo de la larga y dura travesía emancipadora de la mujer en Occidente. Una joven, criada en un tiempo de nacionalcatolicismo, adocenamiento y represión, que emerge a la vida pública con un mensaje transformador, característico de la modernidad de siempre y de la novedosa femineidad, que ofrece propuestas contestatarias y audaces e incorpora maneras andróginas (en el mejor sentido del término), que son imprescindibles para abrirse camino y acometer los inicios de la feminización de la educación y la cultura en un país absolutamente retrógrado, machista, casposo y antiguo.
Maruja Pastor, 2015.

Estamos frente a un personaje que nos ha legado su vida intelectual y su devenir cotidiano de mujer y madre envueltos en una existencia precursora, que fluye y ocupa la escena pública protagonizando explícita e implícitamente narrativas vitales que inscriben vivencias personales y aspiraciones profesionales incomprendidas a menudo por jerarquías e iguales y, sin embargo, ampliamente celebradas y recordadas por quienes fuimos sus discípulos.

No es cosa de extenderse aquí reiterando lo que se ha dicho y actuado sobre la trayectoria profesional de Maruja Pastor. Su empeño por implantar en la Escuela Normal de Alicante, de la que fue directora desde 1960 a 1977, un modelo de coeducación para derribar las barreras, la discriminación y la segregación en las aulas. Su impulso al proceso de democratización de la vida académica, propiciando la elección de representantes de alumnos y fomentando la creación de asociaciones de estudiantes, que desarrollaron múltiples actividades y fueron el embrión del posterior movimiento reivindicativo, que cuajó en los años de la transición con la creación de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio, germen del Movimiento Democrático de Maestros y Maestras y de la Coordinadora de Enseñanza, sin los que no se concibe el origen del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza. Su estimulo a la edición de revistas e iniciativas culturales, como el grupo de teatro Concepción Arenal -que tomó el nombre de la Escuela- y que, posteriormente, adoptó el de Abraxas, etc., etc.

Desde su cátedra en la Escuela de Magisterio, después Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB y, finalmente, Facultad de Educación, fue impulsora incansable de la renovación pedagógica, practicándola en su docencia y en sus responsabilidades directivas, que nunca disoció. Al contrario, en la medida que las circunstancias lo permitieron (e incluso cuando no fue así), ejercitó  y promovió la cultura democrática y pedagógica en numerosas generaciones de maestros y maestras, algunos de los cuales fueron después profesores de E. Secundaria y universitarios. Otros han sido protagonistas destacados de la vida intelectual, sindical y política alicantina, desde los últimos años del franquismo hasta la actualidad. Por ello, su labor tiene un reconocimiento unánime, que le ha deparado múltiples homenajes y numerosas distinciones académicas, profesionales y ciudadanas. Entre otras, el premio Franklin Albricias (2009), el Premio Homenaje de la Facultad de Filosofía y Letras de la UA (2013), el Premio Importante de INFORMACIÓN (2015) o la rotulación de una calle en la ciudad de Alicante.

Nos enseñó a ‘tecnologizar’ la educación, invitándonos a incorporar a las aulas diapositivas, películas, música, dramatizaciones, franelogramas, etc., a programar la enseñanza y a documentar los actos didácticos, cimentándolos en premisas psicológicas y curriculares. Nos incitó a planificar la enseñanza, a enfocar los procesos de aprendizaje desde la perspectiva de quiénes aprenden, a enfatizar las premisas imprescindibles para el aprendizaje como la motivación, la voluntad, las emociones, etc., o a ensayar metodologías alternativas, como los agrupamientos flexibles, el trabajo en equipo o los proyectos. Nos demostró argumentadamente que la educación no es una ocupación improvisada ni caritativa, sino un servicio público que exige rigor y planificación, y que debe considerarse como un derecho de los ciudadanos y no como la dádiva que otorgan arbitraria o discrecionalmente quienes los gobiernan.

Nos enseñó a poner a la persona en el centro de los procesos de aprendizaje y en el horizonte de cualquier propósito educativo. El niño, el joven, el ser en progresión irrumpieron en el imaginario de los futuros educadores como seres susceptibles de perfeccionarse integralmente, insertos e integrados en el conjunto de sus circunstancias. Ese era el mensaje que inscribía la personalización de la enseñanza en que tanto insistió. Eso y mucho más se lo que debemos a Maruja Pastor, aunque ella lo desconozca. Ella y algún otro colega, como Manolita Pascual, son las piezas fundamentales que explican la magna obra educativa que desarrolló aquella Escuela de Magisterio, sita en el monte Tossal, junto al castillo de S. Fernando, hoy incomprensiblemente maltrecha y abandonada. Allí nos transmitieron un renovado concepto de la educación, que hicieron calar en la médula de la profesión, inculcándolo a las sucesivas promociones de maestras y maestros, logrando anular los viejos clichés de la mera instrucción y el adoctrinamiento. Nada fue igual a partir de entonces porque recuperamos el legado reprimido de nuestra mejor tradición pedagógica, que acrecentamos con las nuevas aportaciones y propuestas que nos mostraron, que provenían nada más y nada menos de gentes como Dewey, Makarenko, Piaget, Neill, Freinet o Freire, entre otros muchos.

Maruja nos enseñó a creer en las personas y a respetar su libertad, a cuestionar y replicar al poder establecido, a no aceptar los mandatos autoritarios derivados del mero imperativo legal o de la jerarquía administrativa. Y eso lo hacía con el ejemplo, practicando o dejándonos practicar a quiénes éramos sus subordinados. Naturalmente este es mi punto de vista. Habrá quienes tendrán otros y terceros que discreparán de ambos. Y hasta cuartos que disentirán de todos. Eso es justamente uno de los principios fundamentales que intentó enseñarnos: todos iguales y todos diferentes, cada cual evolucionando, aprendiendo y actuando a su ritmo y a su manera. Esa fue su propuesta alternativa al adocenamiento y a la inútil rutina escolar: personalizar las propuestas educativas y transmitir esa obsesión a todos sus alumnos. Y creo que lo logró ampliamente. Gracias una vez más, Maruja.



jueves, 26 de marzo de 2015

De [algunos] políticos universitarios.

Hace un par de días se llevó a cabo la enésima huelga de la universidad española. Otra más contra la política educativa del PP y contra su brazo ejecutor, el malhadado ministro Wert. Las organizaciones sindicales acordaron convocarla en todas las universidades públicas, y para todo su personal, con un lema: Fuera el 3+2. No a la privatización de la universidad pública. Una huelga con reivindicaciones corporativas y  populistas (como casi todas), con un seguimiento desigual y datos contradictorios según su fuente que, como sucede habitualmente, la mayoría de los estudiantes aprovecharían para preparar exámenes, terminar trabajos o tomarse un día de asueto.

Tampoco debió tener consecuencias importantes para el  profesorado y para el personal de administración y servicios. Los menos harían activamente el paro. Muchos argüirían que no pudieron acceder a sus puestos de trabajo por mor de las barricadas y piquetes. Otros se quedarían directamente en sus casas porque no suele ser costumbre de los rectores contabilizar, ni notificar, las incidencias que se producen esos días. Al fin y al cabo, siempre son los alumnos quienes no asisten a clase, condición sine qua non para que lo hagan los profesores. Dado que fue imposible dar clase, la mayoría de ellos probablemente aprovecharían la coyuntura  para avanzar trabajos atrasados, actualizar sus cosas, preparar alguna comunicación para el próximo congreso o rematar algún articulo pendiente. Tal vez por ese acendrado sentido de la responsabilidad están tan de moda y asumen un protagonismo creciente en la vida pública. Unos, porque motu proprio se erigen en líderes visionarios ex nihilo; otros porque los ‘fichan’ los partidos tradicionales para dar lustre a sus impresentables candidaturas.

Desconozco cuantos de ellos trabajan en las administraciones públicas, mientras les suplen en sus puestos docentes profesores precarios y precarizados, que soportan sobre sus hombros la trascendental responsabilidad de formar a los profesionales y cuadros medios de la sociedad futura. Deben ser muchos, porque son más de 70.000 los políticos acogidos por el Congreso y el Senado, los ayuntamientos, el Parlamento Europeo, las diputaciones forales y los cabildos insulares. Por referenciarlos en algo, valga decir que superan el número de miembros del Cuerpo Nacional de Policía, que son alrededor de 62.000, o el de Profesores Titulares de Universidad, que suman alrededor de 30.000. Y si, además de los que ostentan la representación más o menos directa de la ciudadanía, incluimos en el cómputo los cargos directivos de las administraciones paralelas, empresas públicas, cámaras de comercio, defensores del pueblo, entidades financieras, consorcios, instituciones de cooperación y desarrollo, organismos internacionales, etc., la cifra alcanza los 400.000; es decir, el doble que en Italia o Francia, países cuya población supera a la nuestra en más de un tercio.

El diputado Toledo durante una intervención ante el pleno
de Les Corts
Todo esto viene a cuento de una historia singular acaecida ayer, 25 de marzo, en las Cortes Valencianas. ¿Qué más puede suceder allí, Señor? Ocurrió durante el desarrollo del penúltimo pleno de la legislatura y fue algo ignoto en la vida parlamentaria. Un diputado del grupo socialista, Francisco Toledo, catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial y ex-rector de la Universidad Jaime I de Castellón, aprovecho esa postrera sesión parlamentaria para declarar públicamente su amor a la compañera de grupo, y también cincuentona y diputada por Castellón, Delia Valero.

No sé por qué la anécdota la han resaltado la mayoría de los medios, cuando ni es singular ni debiera tener mayor relevancia. Es más, sorprende que llame la atención algo que empieza a ser parte de la cotidianeidad: que nuestros admirados políticos expresen sus emociones públicamente, con trasparencia envidiable, que lamentablemente se echa a faltar en otros muchos de sus desempeños. Apenas hace unas semanas, Pablo Iglesias y Tania Sánchez, dos fenómenos de la autodenominada nueva política, se hacían arrumacos ante las cámaras de los reporteros y las cadenas de TV. Sin embargo, tal vez fagocitados por el vertiginoso ritmo de la sociedad digital y mediática, hace pocos días -justo el domingo por la noche, cuando se concluía el escrutinio electoral en Andalucía- anunciaban su ruptura sentimental a través de twitter, con un edulcorado, pactado e idéntico twitt, que difundieron al alimón, seguramente por casualidad, visto el resultado electoral de Podemos.

Parece que en este tiempo en que los profesores universitarios menudean en la vida política, en que está de moda que los ciudadanos expresen sus afectos y sus vergüenzas en los medios cada tarde, el señor Toledo no ha querido ser menos. Desde su escaño confesó que sacó provecho de su vida parlamentaria, de su periplo en las Cortes, y que no lo ha declarado porque considera que no tiene precio aunque, según él, tenga un valor incalculable. No está mal la declaración viniendo de un cincuentón, que es doctor en Matemáticas. Y, por lo que dicen los medios, mejores son sus referencias sobre las contribuciones a la cosa pública de la estupenda diputada que ocupa el escaño ochenta y ocho que, según él, le ha apoyado y ayudado en los últimos cuatro años, especialmente en las últimas semanas y, por tanto, no necesita más. Enternecedor…, definitivo. La ñoñez en la política. La guinda que le faltaba al pastel.

Señor, ¡que no nos pase nada!

martes, 24 de marzo de 2015

Salud, que no falte.

La mayoría de las personas con las que me relaciono están por encima de los sesenta. Probablemente es un umbral que señala cuando la gente desaparecemos sin grandes alharacas, casi natural, explicablemente. Morir a los treinta o a los cuarenta suscita el rencor contra el destino, pero morir a los sesenta apenas despierta una leve piedad; hasta algunos llegan a pensar que, por una  u otra causa, estábamos mereciendo que nos sucediese. A esta edad hemos dejado de ser objeto de cualquier deseo, apenas interesamos a otra gente que no sean los bancos y los agentes de seguros –especialmente de decesos- que quieren engañarnos aparentando que nos protegen de una amenaza auténtica, de la que no nos va a librar absolutamente nadie. Porque lo que fundamentalmente anhelamos a estas alturas de la vida es la inmovilidad del tiempo que, paradójicamente, es la peor antagonista de las exigencias del mercado, de lo que prima, de lo que marcan las tendencias, que no conocen otras inercias que no sean temporadas, modas, estilos… reinvención permanente.

Miras hacia los lados y docenas de conocidos llevan bypass, a la mayoría les han prohibido el café, la sal, los embutidos, el alcohol, los salazones y mariscos, incluso los pasteles. Otros arrastran lesiones de rodilla, columna o cadera, que les hacen cojear ostentosamente y que eluden mientras pueden la trapisonda de pasar por el quirófano. Y si lo han hecho, han sido esclavizados por el gimnasio. La mitad de los amigos tienen una próstata hipertrofiada que les hace dependientes del medicamento de turno o sufridores de inevitables molestias. Todos optan por sacrificarse porque las prefieren a la cirugía. Cada vez son más los que refunfuñan de sus hernias de hiato, que les obligan a dormir en parihuelas, o con tacos de espuma, almohadones y otros artilugios bajo el cabezal, y a ingerir antiácidos, dispépticos y tónicas. Bastantes tenemos esa cosa que denominan acúfenos, esos incesantes silbidos en nuestros oídos que, hasta que conseguimos obviarlos, nos taladran la mente y nos quiebran la moral. Los menos convalecemos de operaciones a corazón abierto o vivimos acojonados tras oír sentencias médica y humanamente inaceptables cuyo denominador común es: cáncer.

En síntesis, pienso que llegó el tiempo de no tener salud, de correr tras ella, de buscarla e intentar recuperarla. La verdad es que ni es lo que era y, lo que es peor, cada vez es más difícil y más cara. Hasta los médicos han perdido la empatía que tenían. Seguramente porque nos auguran un periodo de vida más corto y restan importancia a que no nos sintamos del todo bien porque, a fin de cuentas, los achaques forman parte de la normalidad de nuestras vidas.

Yo creo que hasta los cincuenta viví sin preocuparme de mi salud. Pero es precisamente a partir de entonces cuando la he revindicado especialmente. Tal vez, en un ejercicio de irresponsabilidad e irreflexión, podría pensarse que el cuerpo, al envejecer, podría interesar menos, pero curiosamente conforme nos hacemos viejos el cuerpo reviste un valor imperativo. Gana categoría patrimonial o la tiene como nunca la tuvo. Con su declive, gana autoridad y sus fallos y advertencias son indicios de primera necesidad. Cuando éramos jóvenes el cuerpo nos prestaba servicios impagables y gratuitos. Sin embargo, ahora, estamos predispuestos a servirlo, echando mano de cuanto tenemos a nuestro alcance. Antes lo amábamos por sus rendimientos y ahora lo tememos por sus amenazas. Antes perdonaba siempre nuestros abusos y ahora se desquita con furia extrema en cuanto lo olvidamos. En este punto, más allá de los bienes que poseamos, las relaciones que elijamos o los sueños que tengamos, la salud condimenta el sentido de nuestras vidas, es más, constituye su sustancia. Y no solo eso. Según sus grados, llega a ser la pócima que decide su sabor específico. La salud, a estas alturas de la existencia, es como una droga que lo cambia todo: el aroma, el color, la duración de las cosas. No somos nada apartados de ella porque es el catalizador que nos permite gozar de la belleza, de la inteligencia y hasta del sexo, cuando es posible. A medida que decrece las cosas se emborronan y todo se licúa como en los espacios hospitalarios. Nunca fue tan imprescindible y hechizante el gozo de no sentir dolor ni tan poderosa la consciencia de reconocernos sanos.

Siempre he tenido miedo a la muerte. Especialmente desde los cincuenta, cuando la conocí de cerca y decidimos separarnos amistosa y provisionalmente. Desde entonces es un pensamiento que me acompaña más a menudo que antes y que me ha hecho reflexionar sobre algunas cosas que me parecen importantes. La primera de ellas es que se puede morir a cualquier edad. No hay nadie que tenga garantizados más años de vida que otro por el mero hecho de haber vivido menos. Cualquiera puede morir en cualquier momento, ahora mismo, por ejemplo. La segunda reflexión es que todos morimos tarde o temprano y, por tanto, está claro que la muerte no es nada personal, nos concierne a todos.

He descubierto que la escritura tiene para mí una función antioxidante y propiedades curativas que me distraen del proceso de envejecer, de huir de las hermanas Cloto, Láquesis y Átropos y de acercarme a la muerte. Es como si las palabras acogiesen entre sus trazos los retazos de mi vida, lo que pienso que ha sido y de cómo la he creído vivir; como si me ayudasen a disociar la vida de la muerte, lo que es de lo que ya no será. Es como si acogiesen sólo la parte viva de mi ser, la que permanece, aquello que no quiero abandonar y que me hace sentirme en este mundo. Eso, a veces, es para mí la escritura. Y tal vez por eso escribo, para sentirme vivo y renegar de la parca.

jueves, 19 de marzo de 2015

Crónicas de la amistad: Muro (9).

Aunque astronómicamente estamos en la antesala de la primavera, hoy, 18 de marzo, ha amanecido triste y plomizo. Hace días que el invierno remolonea y parece querer recuperar el pulso para volver con renovada ilusión. Lo tiene difícil porque los pájaros hace semanas que anuncian otra cosa, y no suelen equivocarse. Sin embargo, parece como si el tiempo insistiese en perpetuar un lugar común sobre la montaña -sin otra base que las presunciones- que la asocia al tiempo intempestivo, ese que invita a tomar asiento junto a fuegos generosos y viandas contundentes, de las que socorren cuerpos y espíritus. Sin embargo, bien al contrario, por estas fechas es fácil encontrar en ella lentiscos y coscojas pujantes, que mudan el color pardo y sombrío de la tierra invernal por una sutil gradación de verdes, que anuncian vida y vigor en el inmediato horizonte. A ellos se suman macizos achocolatados de brezos recién salidos de la floración, brotes plateados de salvia, esquejes naturales de manzanilla y té de roca, que conviven con retamas que amarillean y espliegos, romeros y tomillares, que arropan los botones en los tallos de las jaras que esconden sus primeras flores, antesala de las de los cerezos. La ruta de la amistad, el camino esperanzador que empezamos a trazar hará pronto un par de años, nos lleva en este día desabrido a Muro, al bar restaurante Calvo, un clásico en el pueblo de Elías, al pie del Montcabrer.

Muro, marzo 2015
Siempre se ha dicho que quién tiene un amigo tiene un tesoro. Lo que no imaginó el anónimo autor de la frase es hasta qué punto acertó en su juicio. También dicen que vivimos en la sociedad de la información y del conocimiento. Y ello conlleva que se estudie casi todo y que se generen cantidades inconmensurables de información, cuya finalidad primordial debiera ser generar conocimiento, que no es otra cosa que la interpretación de aquélla en el marco de un determinado contexto para lograr alguna finalidad. Cosa que no siempre sucede, y menos cuando el propósito es lograr transformaciones económicas, sociales y culturales que aseguren el bienestar general y el desarrollo sostenible.

Pero bueno, lo cierto es que el afán por conocer que tenemos los humanos ha llevado a los científicos sociales a estudiar también las relaciones de amistad. Mayoritariamente son investigadores residentes en el otro lado del Atlántico, que es donde fundamentalmente se hace ciencia experimental. Estos expertos han descubierto cosas tan  asombrosas como que compartimos mas genes con los amigos que con los desconocidos o que somos más atractivos cuando interactuamos con un grupo de camaradas que cuando lo hacemos con extraños. Hasta aseguran que a los nueve meses ya entendemos el concepto de amistad.

Confieso que me han sorprendido algunas de sus investigaciones. Una de ellas es un curioso estudio  -políticamente incorrecto-, realizado en la Universidad de Wisconsin, que concluye que hombres y mujeres no podemos ser amigos. Los investigadores lo llevaron a cabo analizando un centenar de parejas de amigos de distinto sexo, concluyendo que los hombres sentimos básicamente atracción física y sexual por las mujeres (habría que preguntar a todos y a todas) y tendemos a sobreestimar cómo ellas nos ven. Ello les hace concluir que la atracción es un hándicap para la amistad, aunque con los años parece que mengua. Así pues, consideran que la amistad entre hombres y mujeres es un fenómeno muy reciente porque resulta casi imposible escapar a los impulsos de la seducción y la tensión sexual que existen entre unos y otras. Evidentemente, como no lo han estudiado, nada dicen de lo que sucede con las parejas homosexuales. En cualquier caso me queda la duda de si esa indagación no les llevaría finalmente a afirmar simultáneamente lo que dicen y lo contrario (?).

Otra constatación que ha realizado la ciencia es que incluso los animales tienen amigos. Esto lo sabíamos, por lo menos, desde que la TVE2 emite documentales. Sin embargo, lo que se ha probado recientemente es la relación emocional existente entre una tortuga centenaria y un joven hipopótamo kenianos. Seguramente nos preguntaremos el porqué de esos vínculos entre los animales. La respuesta que da la ciencia es que siempre reporta beneficios mutuos. En todos los casos estudiados, cuando está por medio la amistad, los seres tienen mejor salud, menos estrés, más éxito reproductivo, etc. A la vista de ello, es fácil concluir que la amistad es un atributo ambicionado por todas las especies.

Todavía hay más evidencias científicas sobre las bondades de la amistad, como la que afirma que los amigos disparan la empatía. De hecho se asegura que lleva al extremo la genuina capacidad que tenemos los humanos de ponernos en el lugar del otro. Un grupo de investigación de la Universidad de Virginia (USA) estudió los escáneres cerebrales de una veintena de personas, tras amenazarles con que ellas o sus amigos iban a recibir pequeñas descargas eléctricas. Los científicos descubrieron que la actividad cerebral de la persona que se siente en peligro es prácticamente idéntica a la que despliega cuando sabe que lo está cualquiera de sus amigos. Nuestro sentido del yo incluye a las personas cercanas y ello hace que percibamos la amenaza ajena como propia. El director del estudio vincula esta constatación con la propia supervivencia. Viene a defender que los humanos nos asociamos para prosperar y por tanto, si algo amenaza a un amigo, de alguna manera también amenaza a nuestros propios recursos objetivos.

A veces, los científicos ofrecen hallazgos que son auténticas obviedades. Lo único que tienen a su favor o les disculpa es que los argumentan para defenderlos y ello, a veces, nos viene bien. Una de esas perogrulladas se la debemos al antropólogo Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, que hace una veintena de años extrapoló a los humanos los resultados de su estudio sobre grupos sociales de primates. Aseguraba que los amigos son limitados, afirmando que cada individuo solo puede mantener un máximo de ciento cincuenta relaciones significativas simultáneamente. Evidentemente, Dunbar desconocía a qué ritmo iban a avanzar las entonces incipientes tecnologías de la comunicación y ni tenía indicios de la inminente explosión de las redes sociales. En el fondo, su conclusión no es disparatada porque seguramente el aumento actual de las relaciones sociales va en detrimento de la profundidad característica de las específicamente amistosas.

También han argumentado los estudiosos que amistad y trabajo no tienen porque estar reñidos. O, dicho de otro modo, los amigos en el trabajo nos hacen más productivos y competitivos, pero debemos tener cuidado porque los colegas de la profesión son muy distintos de los amigos de fuera de ella. El trabajo suele ser la base de la estabilidad financiera de las personas y, en general, está claro quién tiene más que perder si nos colocan en la tesitura de elegir entre un amigo y nuestra fuente de ingresos. Según estudio reciente de Linkedin, el 68% de los nacidos después de 1980 sacrificaría una amistad por un ascenso en la profesión. Afortunadamente, eso ya no va con nosotros.

Otra cosa curiosa que parece haber demostrado la ciencia es que cada nuevo amor nos cuesta al menos dos amigos. Tener una nueva relación nos quita tiempo para verlos y eso deteriora las relaciones porque, si no ves a la gente, el vínculo afectivo se debilita rápidamente. Así lo ha demostrado el antropólogo Robin Dunbar, que asegura que cuando un nueva persona entra en tu vida suele desplazar a otras dos de tu círculo más próximo, que suelen ser un familiar y un amigo.

También han averiguado los científicos que conocer lo que irrita a un amigo hace la relación amistosa más estable y menos frustrante. Al menos esa es la conclusión a la que ha llegado la doctora Friesen, de la Universidad Wilfrid Laurier (Canadá). Conocer las reacciones de los amigos ante diferentes situaciones es tan importante como conocer sus gustos. Por cierto, las características que más irritaron a los sujetos participantes en su estudio fueron el escepticismo, la timidez, el descaro, el perfeccionismo y la inconsciencia.

Finalmente haré referencia a un trabajo realizado en la Universidad Brigham Young  (Utah, USA) sobre la relación entre amistad y salud. Este estudio ha demostrado que, seas hombre o mujer, tener amigos es bueno para la salud. Según sus autores, las personas con una amplia red de amistades tienen la tensión más baja, sufren menos estrés, sus defensas son más robustas y viven más tiempo. Porque los amigos facilitan los buenos hábitos, espantan la depresión, ayudan a superar enfermedades y producen satisfacción, placer y felicidad. Incluso se ha llegado a demostrar que carecer de una red social de apoyo es una causa de mortalidad más potente que sufrir obesidad o llevar una vida sedentaria. Una sólida red de relaciones sociales proporciona al menos un 50 % de probabilidades de vivir más.

Debo concluir pidiéndoos excusas por la pedantería de incluir todas estas referencias en una crónica habitualmente emocional y nada académica. En cualquier caso, me parece que no necesitamos ni uno de los argumentos enumerados porque conocemos experimentalmente los valores y propiedades de la amistad. Y por eso la cultivamos, porque sabemos que nos ayudó y nos ayuda a ser como somos, nos hace sentir bien, tener ilusión, recrear nuestras vidas, cultivar las pequeñas aficiones, querernos y ser felices durante los ratos que compartimos… y un sinfín de cosas más. Y por eso, más allá de lo que dicen los científicos, tenemos el firme propósito de persistir en ella, siquiera sea porque egoístamente aspiramos a hacernos “más viejos que el culo de un mortero en un sembrado”, como dicen en mi pueblo. Yo hago votos porque así sea. Desde Gestalgar.

Laura S.A.

Ella lo ha dicho muchas veces: nació deprisa y corriendo porque el cordón umbilical se le había enrollado y le faltaba la respiración. Una parálisis cerebral la dejó sobre ruedas. Espero y deseo que no para siempre. Cualquiera que estuviéramos en su piel renegaríamos a cualquier hora del día; sin embargo, estoy por oírle el primer taco.

A Laura Soler Azorín la alumbró su madre casi en el momento en que este país recuperaba las libertades públicas y los derechos fundamentales, una premonición. Un tiempo irrepetible en el que muchísimos descubrimos –aunque nos habían enseñado lo contrario– que el camino no estaba trazado, que podíamos construirlo e improvisarlo mientras recorríamos la distancia que mediaba entre donde estábamos y nuestro imaginado destino, que unas veces nos parecía corta y otras se alargaba casi hasta el infinito. Así se puede imaginar también su vida, fiel a aquella máxima de “caminar con tiento, avanzar con riesgo”. O, dicho de otro modo, “cuidar de lo que se tiene, apostar por lo imposible”.

Laura nació el año que precede a una década excepcional en la que vivió su infancia. Un decenio que no solo vio emerger una nueva moda y cortes de pelo diferentes, también alumbró los videojuegos y los videoclips, los cartoons y los primeros grandes ídolos juveniles. Unos años que nos ofrecieron inventos revolucionarios, como los videocassettes y los CDs, que están casi extinguidos. Una década en la que conocimos a Depeche Mode, Bruce Springsteen, Duran Duran, Cyndi Lauper, Madonna, Michael Jackson, Chicago, Van Halen, Scorpions, Michael Jackson, Chicago, Bryan Adams, The Police… Tela, ¿eh?  Y, por si faltaba algo, Profesión Peligro (The Fall Guy), Los Dukes de Hazzard, Comisario Lobo (The Misadventures of Sheriff Lobo), Dinastía, Los Pitufos, Los Super Amigos, Superman I y II, Regreso al futuro o Los Gremlins. ¿Alguien da más? Unos años en los que se fraguó el Estado de las Autonomías, el enésimo intento para acoplar la España invertebrada, sempiternamente enzarzada en la diatriba de las viscerales e interesadas disputas identitarias y territoriales, tan estériles como inútiles.

Laura es la creación asombrosa de una mujer inimitable: Concha. Una maestra inconmensurable y una madre excepcional. He dicho mil veces y repetiré otras tantas que todas las madres son las mejores. No obstante, algunas tienen un plus de excelencia. Concha es una de ellas. Y Laura ha tenido la suerte de encontrársela. Tampoco es cualquier cosa el padre que le ha tocado en suerte, Emilio. Un personaje casi –insisto en lo de casi– de fábula, al que prometo dedicar otro post. Un fulano con una cabeza privilegiada, una cultura envidiable y un saber hacer y estar increíbles. Ágil, inteligente, pragmático, florentino, trabajador, decente…, culé. Y muchas otras cosas que, de momento, omitiré. Laura es la acertadísima síntesis –diría que la mejor– de las virtudes maternas y paternas. Un ser cercano, sencillo, cariñoso, tierno, vulnerable... Y al mismo tiempo una persona arriesgada, retadora, exigente,  luchadora, valiente y esforzada.

Es alguien que no deja de asombrarte. Cuando la miras por primera vez, aparece ante tus ojos la imagen de una mujer desvalida y expuesta; aparentemente impotente para bregar con posibilidades de éxito en el mundo competitivo, insensible e insolidario que habitamos. Sin embargo, basta compartir unos minutos con ella para comprobar una vez más que la vista engaña, porque descubres de inmediato que estás ante una persona que en nada responde a presunción tan gratuita, fruto de una inicial y equivocada percepción, que mueve casi indefectiblemente a la compasión y a la lástima. A poco que la conozcas sabes que esas son dos de las primeras palabras que hace años que desterró de su vocabulario. Porque su vida es justamente lo contrario, básicamente: resolución y alegría. La exprime cada día mientras reivindica incansablemente sus derechos y los de los demás, a la vez que vocea a los cuatro vientos la suerte que tiene de vivir y de hacerlo en las condiciones y circunstancias que lo hace. Y no solamente se siente orgullosa de ello, sino que reitera, en cuantas ocasiones se tercia, que se considera privilegiada porque tiene acceso a oportunidades y disfrutes que otros muchos conciudadanos no logran alcanzar.

Una persona que trabaja incansablemente hasta donde su maltrecho cuerpo se lo permite… y un poquito más. Luchadora infatigable, es capaz de emprender y sacar adelante exitosamente cualquier proyecto, propio o ajeno, nacional o internacional. Por muchas dificultades que presente o por grandes que sean sus propias limitaciones. Estamos ante una mujer que se ha atrevido a viajar a Egipto, Marruecos o Argentina (su paraíso perdido), a hacer un Erasmus en Francia, a pasar sus vacaciones en la Alpujarra granadina o a viajar a otras ciudades para seguir a sus admirados ídolos (Ismael Serrano, Tontxu, los Indras…). ¿Somos capaces de imaginar semejantes “desatinos”? Pues son los que protagoniza asiduamente un ser que se siente libre, sin cortapisas, capaz de embelesarse con los conciertos y con los musicales –que adora–, o de enamorarse casi tan perdidamente como los protagonistas de sus idolatradas telenovelas y ser correspondida, faltaría más.

Laura es amiga inquebrantable de sus amigos y de todos los de casa, que son legión. Atenta con todo el mundo, tiene unas habilidades sociales inconmensurables. Siempre con su discurso empático, utilizando la palabra adecuada para cada momento, enviando el ‘guasap’ o haciendo la llamada oportuna… Alguien que está permanentemente pendiente de los otros que, según ella, le dan la buena vida, cuando creo que es justamente al contrario. O tal vez sea lo mismo.

Laura es una persona que se ‘sale’, un ser excepcional, un individuo que hace a la especie más grande de lo que es. Ha tenido tiempo para licenciarse en Filología Hispánica, para representar a su Facultad en la Junta de Gobierno de la Universidad de Alicante y para presidir su Asociación Pro-Discapacitados. Ha sido concejala del grupo socialista en el Ayuntamiento de Alicante, cursa una segunda licenciatura en Traducción e Interpretación, es doctoranda, ha escrito varios libros…  En fin, menos mal que nació deprisa y corriendo porque si lo hace en condiciones normales no sé qué hubiese logrado esta criatura, que hoy celebra su trigésimo quinto aniversario. ¿Puedo desearle algo mejor que la felicidad? Pues eso…que muchísima felicidad, querida Laura.

domingo, 15 de marzo de 2015

Poesía en los muros.

Desde hace un par de años vengo observando que algunas paredes y muros se decoran de modo diferente. Ya no son solamente los ‘grafiteros’ los dueños de los paramentos, tapias, puertas, ventanas, vallas, canales de desagüe y de cuanta superficie ‘pintable’ existe en la ciudad. Lo que ahora sucede es un fenómeno novedoso, diferente y más amable, que no llena las paredes de rúbricas, pintadas o pinturas, dependiendo de la tipología del ‘artista plástico’ que actúa. Parece que lo que pretenden los nuevos “artistas” es habitar los muros desnudos y desangelados, escribiendo en ellos versos o frases hermosas, propias o ajenas, conocidas y desconocidas. Quienes promueven esa iniciativa firman sus obras con la sugerente rúbrica Acción Poética Alicante.

Por lo que he podido saber, la propuesta no surgió en nuestra ciudad. Tiene su origen en una especie de movimiento sociocultural que eclosionó en 1996, en Monterrey (Méjico), donde lo alumbró el poeta Armando Alanís Pulido dándole el nombre genérico de Acción Poética, que adopta apellidos concretos tomándolos de los nombres de las ciudades donde se implanta. Su idea matriz proponía que se llenasen los muros descarnados y los espacios desangelados de aquella ciudad con ‘micropoesías’, rotulando en ellos frases y versos propios o extraños pero, en todo caso, bellos. Y no hacerlo de cualquier manera sino de acuerdo con unas mínimas consignas que, básicamente, se resumen en: brevedad (alrededor de ocho palabras por intervención), escritura con letras de imprenta (mayúsculas negras sobre fondo blanco), contar con la autorización de los dueños de los espacios y evitar usar las paredes de propietarios desconocidos, no aceptar dinero (solo donaciones de pintura y/o pinceles) y escribir en los primeros muros frases del fundador del movimiento, a modo de homenaje por haberlo creado. Estas normas varian ligeramente en cada ciudad donde se implanta para adaptarse a su idiosincrasia.

Rótulo de Acción Poética.
En pocos años, las redes sociales difundieron esta corriente a otras muchas ciudades de Méjico y a otros países iberoamericanos. Actualmente está ampliamente extendida por Perú, Argentina, Paraguay, Bolivia, Nicaragua, Guatemala y Venezuela, como lo está en las calles de ciudades españolas como Madrid, Barcelona Sevilla, Alicante o Murcia. La ciudadanía ha saludado positivamente su eclosión. Parece que son muchos más los que prefieren leer frases hermosas, escritas sobre los viejos muros adecentados, que contemplar los grafitis superpuestos a desconchones y pintadas previas, con más abigarramiento que otros aparentes significados. Porque, además, los nuevos vates que rotulan el espacio urbano no solo cuidan la belleza de sus textos, sino que favorecen la accesibilidad para que su mensaje llegue al mayor número posible de ciudadanos. Y para ello eligen lugares bien visibles, y hasta llegan a redactar los mensajes en Braille.

A mí, particularmente, me gusta ir paseando por las calles y encontrarme cara a cara, de vez en cuando, letreros impactantes que me sorprenden con mensajes como: Algunas cosas tienen que ser creídas para ser vistas, o Vísteme de amor que estoy desnuda. O este más trascendente que encontramos junto a la Gran Vía, a la altura del cruce con la calle Tubería: Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de esta vida. Porque me resultan mucho más sugerentes que las decenas de miles de rúbricas (tags), letras pompa (bubble letters), vomitados (throw ups), letras bloque (block letters) o el estilo basura (dirty) que cubren impúdica y adocenadamente cualquier superficie que miremos en pueblos y ciudades. No dudo que este incontinente torrente expresivo tendrá un profundo significado para sus autores y para otros iniciados en el incomprendido fenómeno del ‘grafiteo’, pero confieso que su sesudo mensaje escapa a mis cortas entendederas. Seguramente por ello, porque mi sesgada formación me ha hecho más versado en los códigos lingüísticos que en los artísticos, prefiero leer opiniones y mensajes del tipo: Algún día llenaré la ciudad de poesía para que sonrías a cada paso que des, o ese otro más sutil que sugiere: cállame y bésame, en tu caso son sinónimos. Incluso me gustan otros más naif, como el que te sorprende en la pared que hay junto al Convento de las monjas de la Sangre, que revela aquello de: En el verano, caminaban por la arena y se ponían calcetines para formar una playa dentro de los zapatos. Se llenaban el pelo de mariposas. Comían manzanas y caramelos al mismo tiempo para formar en su boca un circo de fruta confitada.

Nada tengo que objetar a las meritorias obras de los numerosos grafiteros alicantinos, autores de characters (personajes), model pastel (estilo 3D) e incluso wild style (estilo salvaje), que me gustan y que admiro. Sí que pongo muchos reparos a las de otros que se autodenominan tales, y no lo son. No obstante, puestos a elegir, prefiero las pintadas de Acción Poética, que saludo con admiración y esperanza.

sábado, 14 de marzo de 2015

Peña Cortada.

Es una obviedad reiterar que los romanos eran unos auténticos urbanitas. Pese a los múltiples inconvenientes inherentes a las ciudades de cualquier época histórica  (ruidos, inseguridad, intrigas, tráfico, etc.), alternativamente siempre brindan numerosas ventajas (ocio, acceso a la educación y la cultura, atención sanitaria, oferta comercial amplia y estable…). En el mundo romano, urbanidad era sinónimo de educación y de cultura, como lo sigue siendo en casi todo el mundo.

Arqueólogos e historiadores han acreditado sobradamente que el urbanismo fue una de las principales preocupaciones de los arquitectos romanos, y también uno de sus mayores logros. Por lo que conocemos, parece que aquellos tecnólogos de la Antigüedad se parecen extraordinariamente a los actuales. En general, también les preocupaban mucho más los aspectos prácticos, la dimensión funcional de sus proyectos, que su proyección estética. Indudablemente, Roma materializó una civilización inequívocamente urbana. Hasta podría añadirse que obsesionada por mejorar la vida de los ciudadanos. La ciudad romana –urbs– ha pasado a la historia como un modelo de eficiencia y de buen sentido. ¡Qué lástima que, con el paso de los años y el fraudulento interés de gentes y doctrinas, se haya desdibujado tan admirable concepto!

El “Estado” romano carecía de remilgos a la hora de invertir en infraestructuras que acercasen a los ciudadanos comodidades (agua abundante, calles empedradas con aceras y pasos de peatones..), higiene (alcantarillado, baños…), abastecimientos (mercados), seguridad (murallas) o entretenimiento (teatros, circos, anfiteatros…). Lo mismo que debiera suceder ahora. Seguramente complementando las inversiones directas con otras fórmulas. En cualquier caso, todas debidamente controladas y preservadas del mangoneo de oportunistas, sinvergüenzas, ladrones y malnacidos.

Acueducto Peña Cortada
Viene esta introducción a cuento de un asunto que quiero comentar: los acueductos, esas monumentales construcciones que servían para abastecer del líquido elemento a ciudades y campos, que eran fundamentales para lograr el plan de urbanización y servicio a la ciudadanía que primaba en la organización de la urbs romana. Existen infinidad de ellos, distribuidos por toda Eurasia, pero me circunscribiré a los acueductos romanos existentes en España. Algunos son universalmente conocidos, como el de Segovia, el de Los Milagros (Mérida), o el de Les Ferreres o Pont del Diable  (Tarragona). Sin embargo, existen otros también importantísimos y menos frecuentados, aunque no menos interesantes.

Uno de ellos es el acueducto de Peña Cortada, también llamado Acueducto de la Serranía, que discurre por los municipios de Tuéjar, Chelva, Calles y Domeño. Es una canalización trazada con distintos sistemas de conducción de aguas. Tiene una longitud de 28,6 km, siendo su entidad comparable a la de acueductos famosos, como los mencionados. Como en la mayoría de ellos, en él coexisten dos tipologías de acueducto: el puente y el viaducto.

Acueducto Peña Cortada
Aunque para mí que lo mejor es que estamos ante un acueducto parcialmente ignoto, porque todavía no se conoce la totalidad de su trazado. Se ha especulado sobre la razón última de su construcción, que todavía no está clara. Los historiadores descartan que su destino fuese abastecer de agua a ciudades como Sagunto o Liria. Según ellos, diversas razones de carácter técnico invalidan esa conjetura porque su anchura y sus dimensiones parecen sugerir un uso más vinculado al riego, probablemente del llano que se extiende entre Casinos y Liria. Hoy por hoy no se tiene certeza de ello y, por tanto, deberán continuar los estudios para dilucidar su finalidad original y otros detalles sobre sus características y funcionalidad.

Hace unos meses, las noticias de los periódicos locales se hacían eco de que unos trabajos arqueológicos -enmarcados en ese necesario proceso de investigación- habían sacado a la luz cinco nuevos túneles del acueducto. Un taller de empleo de la Mancomunidad de la Serranía había propiciado su descubrimiento y creado un sendero de acceso, con una longitud de 800 metros, que está conectado con la ruta PRV-92. Aprovechando la coyuntura, un catedrático de Arqueología de la Universitat de València diseñó un plan de actuación para poner en valor este casi desconocido acueducto. A su juicio, el monumento debía ser la marca turística para dinamizar el turismo y la economía de La Serranía. Apostaba por crear esa marca propia y un logo que identificase al Acueducto de Peña Cortada. También proponía instituir un centro de interpretación para explicar la técnica constructiva y las características de la obra, asegurando que, en otros casos, iniciativas como esa han constituido elementos dinamizadores y turísticos de primer nivel. Han transcurrido pocos meses y no conozco que se haya emprendido iniciativa alguna al respecto, pero eso no es nada novedoso por aquellos pagos, en los que si algo  sobra es precisamente la prisa.

Una pequeña apostilla. Lo tenemos ahí al lado, es parte de nuestra historia y vale la pena conocerlo porque sorprende. Si nos decidimos a hacerlo, podemos aprovechar para degustar una olla churra, un gazpacho tuejano o unas morcillas de arroz, en Tuéjar, Chelva o en Villar del Arzobispo. En cualquiera de esos lugares, podemos rematar el ágape con algún dulce del terreno, como la torta de pasas y nueces o los muégados. Y si lo hacemos en verano, darnos un baño en las aguas cristalinas del Azud del río Tuéjar. ¿Hace?