La
sociedad española se encuentra en una encrucijada. A un mes vista tenemos unas
elecciones locales y autonómicas que parece que abrirán un escenario político
que podía ser esperanzador, pero que no lo es. Al menos desde mi punto de
vista.
PP y
PSOE, los partidos que han administrado la política española de los últimos cuarenta
años, están al borde del precipicio. Se han ganado a pulso despeñarse
estrepitosamente y parece que, salvo que un milagro lo remedie in extremis, ello será inevitable. Seguramente
el PP perderá menos en el envite porque tiene una clientela mucho más fiel que
el PSOE, pero en ambos casos el desastre está casi asegurado. Unos perderán las mayorías
absolutas en bastantes ayuntamientos y comunidades autónomas y otros darán gracias por no
quedar relegados a la mera testimonialidad. Alternativamente, emergen dos
nuevos partidos que parecen destinados a arrasar en los tiempos inmediatos: Ciudadanos y Podemos.
Empecemos
por el primero. Su líder, Albert Rivera, es una excelente creación ‘marketiniana’,
un icono generado desde la nada, adobado en los requerimientos de la sociedad
efímera, mediática y consumista, que ha fabricado un político paradigmático: asexuado, desideologizado e insulso. Militante
adscrito a la tendencia ni frío ni calor, sin sal ni azúcar, o todo lo contrario. Su
discurso, sintetizado en la tribuna que le publicaba el diario El País anteayer, es esclarecedor porque
viene a decir que el histórico eje izquierda-derecha está periclitado porque la
socialdemocracia y el liberalismo pueden defenderse sin contradecirse, tomando
lo mejor de cada cual. Preconiza que la libertad sin igualdad es tan insostenible,
como insoportable es la igualdad sin libertad. Asegura que representa un proyecto para España y que Ciudadanos
es una plataforma civil que se ve obligada a adoptar la forma de un partido
político para lograr convertirse en una palanca de cambio. Declara solemnemente
que su partido ofrece propuestas que levantarán el país y recuperarán la confianza de los ciudadanos, sin gritar, sin mentir
y sin prometer quimeras. Asegura que su programa incuye una propuesta de cambio sensato basado en
tres pilares: fortalecer los valores civiles, llevar a cabo las reformas
democráticas y políticas que necesita el país y trsnsformar el modelo económico y social,
orientándolo hacia la economía del conocimiento que proporcionará prosperidad y
justicia social. El treintañero Albert asegura que hay que volver a poner de
moda en España la libertad, la igualdad y la solidaridad. Por eso propone una
ley electoral justa y proporcional, que permita elegir a los representantes ciudadanos
en listas abiertas, en las que todos los votos valgan lo mismo. Y subraya que el
dinero público es sagrado y que por eso hay que gestionarlo como si fuera
propio, de la misma manera que deben racionalizarse los recursos para que los
ciudadanos visualicen a qué se destinan los impuestos que pagan, que deben ser
gestionados por administraciones puestas al servicio de todos, sin burocracias
ni duplicidades. Y todo ello lo concibe permeabilizado por un pacto nacional
por la educación, que concrete un
acuerdo de todos los partidos para reconocer explícitamente que lo más
importante es la formación de buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos.
El párrafo lapidario que remata su ideario no tiene desperdicio: su proyecto
para España lo mueve la esperanza, sin enfados ni venganzas, y concreta
sus sueños y su compromiso para trabajar desde la convicción de que la ilusión es
más poderosa que el miedo.
Afortunadamente,
más allá de lo que precede y suele decir, Albert tiene una cierta historia.
Revísense, sin acritud, videotecas y hemerotecas y se descubrirá que a menudo dice
lo que su público objetivo quiere escuchar. Cambia su discurso según convenga, adecúa
su perfil a las modas o los requerimientos de la estética del momento y tiene los
brazos abiertos para recoger lo que sea, venga de donde venga, sea de UPyD, Falange o España 2000. Todo
vale para difundir la imagen de una derecha joven, centrista, presuntamente moderna
y civilizada, aséptica, descafeinada, en definitiva, lista para abrazar el poder. Debe
reconocerse que Ciudadanos ha
entendido perfectamente los códigos de la sociedad digital: dominan las plataformas digitales, la redes sociales, el marketing y el
merchandising. Saben cambiar a conveniencia estrategias y sinergias, con un
discurso incontinente y vacuo que jamás aborda lo importante: qué hacer con la
ciudadanía, con el trabajo decente, con los derechos fundamentales, con el
futuro de jóvenes y viejos, etc. Sin
embargo, a poco que leamos entre líneas, más allá del recurrente discurso contra la corrupción y el despilfarro, adivinaremos la clave última de las soluciones que proponen: reactivar la actividad económica, disminuir el paro, mantener la estructura impositiva con ligeras modificaciones….
Lo de siempre, la economía como deus ex
machina se encargará de arreglarlo todo. De nuevo, la economía. Mira por
donde, se les vio el plumero.
La
alternativa al bueno de Albert se llama Pablo Iglesias. Otro ‘niñato’ (lo digo
con cariño) con pose entre enfadada y crispada, que hasta juega a ser maleducado
en ocasiones. Podemos ha conseguido
adentrarse en el corazón de la política del país, seduciendo a una
importantísima cohorte de ciudadanos desencantados.
Han sido maestros en aprovecharse de la profunda crisis de legitimidad que
afecta a los partidos políticos tradicionales y han provocado un cambio en la
percepción de los fenómenos, eso que ellos denominan apertura de un horizonte de
posibilidad para construir una nueva hegemonía (¡Qué retórica tan ininteligible!)
Dicen estos jóvenes universitarios y teóricos de la política que hay que crear
hegemonías, ganar terreno en el marco de lo cultural y lo simbólico, para que
la mayoría social se identifique con la lectura que hacen de los acontecimientos.
Para
ellos, la política consiste en integrar los procesos sociales y las realidades en
una narración e involucrar en ella a los ciudadanos. Marx explicó que la
ideología, la visión que tenemos sobre las cosas, está absolutamente
determinada por la estructura económica. Pero todo el revisionismo posterior, y
muy especialmente las perspectivas específicas de las gentes de Podemos, explica que no es así. Ellos dicen que la hegemonía es la audacia
para leer lo que está pasando en la sociedad y contarlo. Por eso, a la vista de
la crisis de legitimidad política y de la desconfianza generalizada en lo concerniente
a lo público, emergen con eslóganes como "no nos representan", que
intentan capitalizar el descreimiento y estrenar un nuevo horizonte de
posibilidad, disputando el sentido que tienen las cosas. Otro
aspecto fundamental de su planteamiento es acotar el lugar donde hay que librar
ese combate. Y descubren de inmediato que es en el terreno de los medios de
comunicación y de las redes sociales. Sin duda, para materializar un mensaje determinado
hay que encontrar la forma de llevarlo a cabo y ellos están convencidos de que ése es el
camino mediático.
Otra pieza fundamental en el análisis de Podemos
es el concepto de antagonismo que establecen a partir de la división dicotómica
del ámbito político. Estos jóvenes visionarios, adalides de la política digital intentan,
como Albert Rivera, desactivar el viejo orden de derecha frente a izquierda,
proponiendo un hipotético marco cultural caracterizado por un código que publicita el
nuevo orden dicotómico: los de arriba frente a los de abajo. Ello lo adoban con
la apropiación espuria de conceptos, como libertad, decencia, gente corriente…, cuya
significación vinculan con las coyunturas, usándolos y definiéndolos con significados
que sirven a su presunto discurso hegemónico. O, dicho de otro
modo, intentan configurar una voluntad colectiva que responda al discurso que
han elaborado previamente. Porque, en suma, el último estadio de su teórico proceso de
transformación consiste en activar el populismo urbi et orbi, publicitar exitosamente la imagen de un líder
carismático que reclama para sí la legitimidad para interpretar la voluntad de la
gente, del pueblo, encarnando los mitos que pertenecen al imaginario
colectivo. Aproximadamente, eso es lo que pienso que representa la cuarta
opción que nos ofrece la próxima confrontación electoral: un involucionismo
reaccionario e incomprensible.
No
diré nada de la primera y la segunda. Ya nos han dado suficientes muestras de
lo que son capaces de prometer, dialogar, hacer y engañar. Incomprensiblemente,
los todavía mayoritarios PP y PSOE, con lo que saben, con sus ‘aparatos’ y con
cuarenta años de experiencia gubernamental siguen escondidos o viéndolas venir.
Mientras, obviamente, los alevines siguen
a lo suyo. ¡Vaya panorama!