sábado, 27 de agosto de 2016

El léxico de la tauromaquia (1).

                                                 La gran maravilla del toreo es convertir la pesada e hiriente realidad de una bestia en algo tan inconsútil como el velo de una danzarina. (Juan Belmonte)

Hay quienes aseguran que la tauromaquia es una metáfora de la vida. Yo digo que menos mal que solo es eso, una simple alegoría, porque con los aires que se ciernen sobre el planeta taurino…“mala barraca”, que decimos en Alicante. Chascarrillos aparte, efectivamente, se ha dicho que la fiesta de los toros es un remedo del devenir de la vida porque no en vano concreta el enfrentamiento de un ser humano con lo desconocido, su lucha a brazo partido contra la adversidad, el afán por superar las dificultades y la búsqueda permanente del éxito. Todavía más, en el planeta de los toros, igual que sucede en la existencia, son más los perdedores que los triunfadores; son muchísimos menos los que se encumbran que quienes no hallan en su camino otra cosa que el fracaso, el silencio y el olvido.

Pese a las posiciones encontradas de defensores y detractores de la tauromaquia, es incuestionable que la “filosofía” que rodea su particular mundo forma parte de nuestra idiosincrasia social. Con el paso del tiempo, se ha contrastado ampliamente que ese peculiar compendio de actitudes, hábitos, costumbres, tradiciones, racionalidad, pensamientos, identidad, cultura y sentimientos ha influenciado el idioma. Por tanto, no es nada extraordinario que nuestras lenguas incluyan vestigios que acreditan tres siglos largos de existencia de una actividad enraizada y extendida en la sociedad española e hispanoamericana.

Algunos estudiosos sostienen que el conjunto de las expresiones taurinas conforman un universo alegórico que impregna nuestra visión del mundo, y también algunas realidades cercanas. Es una evidencia que el lenguaje de los toros adopta términos generales y los especializa, fijándolos en expresiones que designan elementos o acciones específicas. Ejemplos hay a docenas: capote, vara, montera, muleta, quite, trapío, encaste, bravura, mansedumbre, fijeza, recorrido, etc., etc. Posteriormente, en justa correspondencia, este lenguaje especializado se aplica por extensión, similitud o uso metafórico a la vida cotidiana. De ese modo, palabras y frases genuinamente taurinas retornan a la lengua común, que utilizan tanto los aficionados como los detractores de la fiesta de los toros, proporcionándole expresividad, colorido, ironía e incluso belleza. ¿Se puede discutir la hermosura de términos como albahío o barboquejo, que aluden respectivamente al toro cuya capa o pelaje es de color blancuzco-amarillento y a la cinta con que el picador sujeta el castoreño (sombrero) por debajo de la barbilla? ¿Quién no ha tenido oportunidad de comprobar cómo el lenguaje de la tauromaquia está incrustado en el habla cotidiana? Algunos ámbitos están sembrados de metáforas que provienen del lenguaje taurino; lo encontramos en las conversaciones cotidianas, en la política, en la vida amorosa y sexual, en la manera de afrontar las dificultades, etc., etc. Como no quiero hacerme pesado, hoy ofreceré algunas pinceladas y otro día me extenderé en otros aspectos.

A poco que recapacitemos, comprobaremos que en las conversaciones se utilizan muchas expresiones taurinas. Por ejemplo, cuando alguien nos pregunta sobre un asunto molesto o comprometido solemos optar por darle una larga cambiada, para desorientarlo o para evitar que siga con el tema. Y si un amigo atraviesa dificultades, le echamos un capote para ayudarle o intentar excusarlo. Nos dan la vara quienes nos molestan y aburren, y por ello acostumbramos a cambiar de tercio, es decir, de tema de conversación. Por otro lado, intentar resolver una situación complicada o plantear un asunto que puede causarnos perjuicios equivale a lanzarse al ruedo. En fin, decimos que cualquier diálogo da juego si permite que nos entretengamos, que aprendamos o que obtengamos información, cosa que seguramente sucede porque la otra persona entra al trapo, es decir, responde a nuestra pretensión. Otras veces, los antagonistas no tienen un pase porque apenas aportan algo interesante, no responden a las preguntas o se salen por la tangente.

Por otro lado, quienes han toreado en muchas plazas, pueden preparar una encerrona a quien acaba de tomar la alternativa o es nuevo en la plaza. A veces hasta toreamos a alguien porque le ofrecemos falsas esperanzas o le distraemos con engaños. Uno puede crecerse en el castigo o buscar las tablas antes de que le den la puntilla y lo dejen para el arrastre. Aunque si lo que se desea es abandonar una determinada ocupación personal o profesional, entonces no queda otra que cortarse la coleta.

Quiénes son avezados o han convivido con la tauromaquia saben que existen otras muchas expresiones, menos habituales, que suelen ser desconocidas para los ajenos al mundo taurino. Es el caso de sentencias como tomar el olivo, dar la espantá o tirarse de cabeza al callejón, que equivalen a huir del peligro y buscar refugio. O aquella que alude a los seres taimados o de aviesas intenciones, que reza: tiene más intención que un toro marrajo  (que no es otro que el que arremete a conciencia, sabiendo que acierta con el golpe). En otras frases se menciona el “hule”, la tela plastificada que antiguamente cubría la mesa de operaciones en las enfermerías de las plazas de toros. Perviven expresiones como: haber hule, que es una advertencia de que existe peligro cierto; o ir al hule, que equivale a pasar por la enfermería por causa de un percance; esta última también se utiliza para indicar que alguien va encaminado al fracaso. Otra expresión genuina es citar en corto, con la que se alude a una actuación decidida por parte de alguien. Finalmente, entablerado es un término atribuido al toro que tiene querencia a permanecer en actitud defensiva cerca de las tablas (barrera) que, por extensión, se utiliza para designar al marido receloso de que lo engañen. Además de otras muchas expresiones frecuentes, existe una amplia fraseología taurina, que incluye refranes y sentencias específicas de las que me ocuparé en otra ocasión.

Creo en mi fuero interno que, inexorablemente, la fiesta de los toros acabará desapareciendo. Con ella se irán ecosistemas, especies animales y vegetales, oficios, herramientas, costumbres, valores, virtudes y defectos… Sin duda, se lograrán otras cosas, siendo probablemente la principal de todas ellas evitar que continúe siendo un espectáculo público una actividad dramática, cuya esencia radica en que una persona pone en juego su vida (aunque no debiera olvidarse que sucede exactamente lo mismo en todos los deportes del motor y en otros espectáculos y hobbies universalmente consentidos). Sin embargo, sería una lástima que también se esfumase el patrimonio léxico con que la tauromaquia ha contaminado el lenguaje común. Tienen mi reconocimiento las personas que se han ocupado de recopilarlo y quienes se dedican a preservarlo, utilizando los viejos y los nuevos formatos: libros, revistas, medios de comunicación, plataformas digitales, webs, blogs, redes sociales… Espero y deseo que toda esa labor consiga que perdure más allá de la vigencia de los festejos porque es un patrimonio que no debe dilapidarse. Sea este un pequeño homenaje a quienes han hecho y hacen un esfuerzo por evitarlo. ¡Va por ustedes!

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