martes, 6 de septiembre de 2016

El léxico de la tauromaquia (y 2)

En otra ocasión hice una breve incursión en el léxico de la tauromaquia, comprometiéndome a ahondar en él posteriormente. Esta me parece una buena ocasión.

Hace muchos años que García Lorca dijo aquello de que “pudiera ser que la de los toros fuese la fiesta más culta del mundo” y, tal vez, su juicio no solo fue acertado sino premonitorio. Pondré un ejemplo. No hace mucho tiempo que un taurino aficionado a la pluma –pasional, como la mayoría– aseguraba que, en lo tocante a los toros, se declaraba “kantiano” convencido. Y lo explicaba del siguiente modo. Kant asegura que "no hay ni puede haber ciencia –técnica– en lo bello [...] En las bellas artes cabe la modalidad pero no cabe el método”. Por tanto, para él, el arte es una construcción ideal. Si se extrapola su pensamiento a la tauromaquia no es difícil inferir que la aspiración final de cualquier concepción artística del toreo es “lo bello”. Partiendo de este postulado, la técnica se revela tan importante como secundaria porque, para el arte, lo que de verdad cuenta es el valor y la inspiración. No me negarán que la cosa tiene su enjundia.

Sin embargo, en la actualidad, en este período histórico ‘líquido’, en el que ha triunfado el ‘pensamiento débil’, los aficionados admiran el toreo técnicamente perfecto a base de toques, de líneas, de conocimiento de los terrenos, etc., etc. Hoy, como ayer, escasean las aptitudes para deleitar estéticamente y, por el contrario, abundan los “pegapases”, los diestros que componen sus faenas con decenas y decenas de lances. Es imposible discriminar la ejecución de las diferentes suertes porque se parecen como gotas de agua y por eso se olvidan apenas concluye el aguacero. ¿Qué sentido tiene recordar lo que carece de originalidad? ¿Para qué evocar lo que adolece del más elemental talento?

A muchos, a muchísimos aficionados, les satisface esta manera de interpretar el toreo. Si no fuese así, sería impensable que el noventa y tantos por ciento de las actuaciones que se producen en los festejos se aparten radicalmente del canon ‘kantiano’, que comparto. Como aquel aficionado, yo creo que en el toreo la expresión artística debe ser ajena a toda coacción que intente ajustarla a reglas arbitrarias. Dicho de otra manera, no se puede ser artista toreando con el folleto de instrucciones en la mano. El toreo emerge como arte cuando transciende las normas técnicas. Contrariamente, hoy, las consideradas faenas cumbre se trazan con escuadra y cartabón porque, como ha sucedido a lo largo de la historia, las que se dibujan a mano alzada solamente nos gustan a una minoría.

Esta larga digresión me sirve para enmarcar mi propósito inicial que no era otro que ahondar en las referencias al léxico taurino, dejando constancia de algunas de las expresiones habituales en el habla coloquial que, por sabidas, no precisan de mayor explicación. Porque, ¿quién no ha utilizado en alguna ocasión frases o expresiones como: ponerse el mundo por montera, estar para el arrastre, echar un capote, coger al toro por los cuernos, estar al quite, atarse los machos, caerse del cartel, lleno hasta la bandera, pinchar en hueso, rematar la faena o tener vergüenza torera? Pero hay más, muchas más, también de uso muy frecuente. Por ejemplo: tener mano izquierda, hacer una faena de aliño, hasta el rabo todo es toro, no hay quinto malo, dar una estocada hasta la bola, pegar la ‘espantá’, ver los toros desde la barrera, pasar en falso, salir por pies, venirse arriba, capear el temporal, cambiar de tercio, estar hecho un toro, hacer un brindis al sol, entrar al trapo, crecerse en el castigo.… Y tantas otras, como: estoy para el arrastre; si no me echas un capote, me va a pillar el toro; me gustaría ponerme el mundo por montera y coger el toro por los cuernos, pero voy a dar la ‘espantá’, me caigo del cartel y me corto la coleta.

También en el mundo de la política es recurso acostumbrado echar mano  del léxico taurino. A veces se descalifica a los políticos o a los partidos tildándolos de subalternos o banderilleros del gobierno. O se dice que los diputados torean de salón cuando debaten y discuten retóricamente, sin aportar soluciones efectivas a los problemas de la ciudadanía; tal vez por ello,  demasiado a menudo evitan coger al toro por los cuernos. Es más, hasta proponen medidas imposibles, haciendo brindis al sol, es decir, utilizando la demagogia para obtener el aplauso fácil de un público generalmente poco exigente. En muy raras ocasiones un político saldrá por la puerta grande, porque suele haber división de opiniones entre los ciudadanos.  En algunas ocasiones el Parlamento devuelve el toro al corral; por ejemplo, cuando rechaza una ley promovida por el gobierno.

En el ámbito amoroso, hombres y mujeres matan –ligan– a volapié o recibiendo, es decir, unos toman la iniciativa en la estrategia del acercamiento al otro sexo, en tanto que otros prefieren esperar la proximidad del partenaire. Es sobradamente conocido que el mundo taurino es muy ‘machista’. Sus “tics”, de contenido sexista, se han extrapolado a las conversaciones ordinarias, en las que se escuchan comentarios que aluden a las mujeres que tienen buenos pitones (senos), o buen trapío (figura). Incluso se utilizan expresiones que son impertinencias y groserías, como es el caso de lo que necesita es un buen puyazoponerle los cuernos... El sesgo de género que impregna estas locuciones las despoja de elegancia, haciéndolas vulgares, e incluso ofensivas, en su absurdo afán por buscar paralelismos entre la lidia y el cortejo amoroso a base de asimilar los roles de hombre y de mujer a los propios de torero y toro, respectivamente, y deduciendo de ello el peligro que la segunda puede acarrear al primero cuando trata de domeñarla de acuerdo con los añejos patrones del cortejo.

También se echa mano del lenguaje taurino para describir el modo como las personas afrontamos los problemas y las dificultades. De modo que, si carecemos de mano izquierda para intervenir con calma en una determinada situación, deberemos atarnos los machos y agarrar al toro por los cuernos. En cambio, si damos consejos a otros sobre cómo deben afrontar realidades que les afectan y que nos son ajenas, probablemente nos respondan que es muy bonito ver los toros desde la barrera. Por otro lado, si nos va a pillar el toro, bien porque nos hemos despistado o porque no hemos tomado las precauciones adecuadas, podemos optar por tirarnos un farol o saltarnos a la torera la obligación que tenemos y ponernos el mundo por montera. En fin, cuando nos disponemos a rematar la faena, pinchamos en hueso cuando no logramos lo que pretendemos; en cambio, cuando conseguimos nuestro propósito es porque hemos cobrado un estoconazo hasta la bola.

Sin perjuicio de lo anterior, existe una amplia fraseología taurina que conforman refranes y sentencias referidas al mundo del toro: Para torear y para casarse hay que arrimarseputas y toreros, los tres años primerosal toro y al loco, de lejos mirarle el moco; quien con toros anda, a torear aprendecuando hay toros no hay toreros, y cuando hay toreros casi nunca hay torode toros solo saben las vacas; el toro de cinco (años) y el torero de veinticinco; hasta el rabo, todo es toro; quien con toros anda, a torear aprende, etc., etc.

Además de permeabilizar el lenguaje común, el lenguaje de los toros ha estado presente en la literatura española de todos los tiempos. Lo hallamos en las obras de Tirso de Molina, Quevedo, Góngora, Machado, García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández Gerardo Diego o los Quintero, entre otros muchos. Remataré esta faena, que declaro solemnemente inconclusa, con el poema de una mujer afable, cercana y profunda, de corazón optimista y moderna, en el mejor sentido del término, en una época en la que las mujeres no tenían fácil ocupar espacio en la vida pública española: Gloria Fuertes.

PARA DIBUJAR UN TORERO

Para dibujar un torero
hay que tener mucho salero.

Se dibuja la montera
-que es el sombrero-,
y debajo va la cara,
y más abajo va el cuerpo;
mucho adorno en la chaqueta,
chaquetilla de torero,
con borlitas -alamares-…

Muy coqueta la chaqueta
bordada, muy primorosa
-dos claveles y una rosa-.
Muy ceñido el pantalón,
a media pierna un bordón.
¡Qué primor!

Las medias con espiguilla,
de cuero las zapatillas,
la camisa muy rizada,
la corbata muy delgada,
y la faja cinturón
que adelgaza la cintura
y hace hermosa la figura.

¡Qué valiente criatura
del arte más peligroso!
El traje, de seda y oro,
y el toro, color de toro,
negro el cuerpo, blanco el cuerno.
Negro el toro, y azul él.

¡Torero, abre la capa,
ya estás en el redondel!

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