lunes, 26 de septiembre de 2016

Suma y sigue.

Amanece una nueva jornada postelectoral. Ayer hubo elecciones autonómicas en el País Vasco y en Galicia con los resultados conocidos: triunfo inapelable de la derecha, nacionalista y no nacionalista. En mi opinión, lo que sigue a esta última cita electoral puede reseñarse de dos maneras: la enésima decepción o, alternativamente, la crónica de una muerte anunciada. El titular será todo lo pesimista que se quiera, pero ante todo es inequívoca y rabiosamente realista. Aunque hubiese alguna traza de otra cosa, había que ser demasiado ciego y sordo para imaginar que podría suceder algo distinto. Muchos, muchísimos, sabíamos que nada cambiaría más allá de la apariencia porque todo estaba dispuesto para que siguiese igual, para hacer valer una vez más el viejo lema del príncipe de Lampedusa.

Éste es un país inequívocamente de derechas. Podemos argumentar cuanto queramos, podemos opinar lo que tengamos a bien, podemos sentir lo que está escrito y lo que no existe más allá de nuestra imaginación… Pensemos, opinemos o sintamos lo que nos apetezca, éste, formalmente, es indudablemente un país de derechas. Me explicaré.

La derecha lleva gobernando el país prácticamente toda la vida, lo que en mi opinión significa varias cosas. Primera, que ello no puede ser fruto de la casualidad o de la fortuna. Tal incertidumbre prima en los sucesos aleatorios, pero no opera en las recurrencias estadísticas. Éstas son tozudas y obedecen a razones que pueden acotarse y definirse. Segunda, que cuenta con el apoyo indiscutible de los poderes fácticos, tanto los económicos como los sociales, que no albergan duda alguna acerca de quién los representa políticamente como desean. Tercera, que conoce profundamente los resortes del poder porque no en vano está utilizándolos desde casi siempre. Cuarta, que ha tenido –y ha aprovechado, porque no suele “perder el tiempo”, cuando gobierna– la oportunidad de influir en el ordenamiento del sistema político para que le beneficie, como no podría ser de otro modo y como haría cualquier organización que tuviese opción a ello. ¿O vamos a sucumbir a la ingenuidad de pensar que alguien medianamente cuerdo sea capaz de organizar un sistema para que le haga dilapidar sus oportunidades? 

Desde las aparentemente justificadas triquiñuelas del sistema electoral a la organización del poder judicial, pasando por el diseño y el proceder de las instancias de fiscalización de la actividad de los poderes públicos (Tribunal de Cuentas, Comisiones del Parlamento, Diputaciones Permanentes, etc.), en suma, toda la estructura del Estado ha sido delineada fundamentalmente por la derecha. Ello es un hecho irrefutable porque quiénes controlaron su materialización en los años de la transición fueron los políticos de la derecha. Y a nadie se le escapa que el alcance de los resortes y mecanismos del poder es inmenso, como lo es el poderío que otorgan a quienes los controlan y aplican al logro de sus objetivos.

A veces da la impresión de que sociológicamente este país es de izquierdas. Y es posible que hasta lo sea en determinadas coyunturas sociales o socioculturales. Pese a todo lo dicho, tal vez también pudiera serlo, formalmente, si la derecha tuviese enfrente un proyecto sólido, unívoco, armonioso, vertebrado. Pero desgraciadamente los resortes del poder auténtico se afanan y consiguen neutralizar ese hipotético potencial electoral, fragmentándolo y reduciéndolo a los términos que se consideran aceptables para cada ocasión.

Porque, ¿tiene alternativa la derecha? En España, hasta hoy, el PSOE ha sido prácticamente la única disyuntiva. Y no deja de ser un sarcasmo que la alternativa a los gobiernos conservadores esté representada por un partido con vocación opositora. ¿O puede decirse otra cosa de una organización con 137 años de historia que únicamente ha ocupado el poder durante 21 de ellos? El PSOE es un partido con propensión a ejercer la oposición y quiénes piensan lo contrario creo que se equivocan. Por otro lado, en esa organización, como en todas, ha habido circunstancias y circunstancias. Ha atravesado momentos en los que parecía estar más unida y fortalecida que en otros, y viceversa. Hoy es de dominio público que el PSOE es una auténtica jaula de grillos. Y no hay peor compañero de viaje para una aventura electoral que la percepción de la división, el disenso, el fraccionamiento o la desintegración de una organización política por parte de los electores.

Feijóo y Urkullu durante la campaña electoral.
Por tanto, lo que ayer sucedió en Galicia y en el País Vasco es la crónica de una muerte anunciada. Tras los batacazos del 20 de diciembre y del 26 de junio, no hay que ser adivino para augurar un porrazo tal vez mayor en la próxima convocatoria de diciembre. Porque, por un lado, Pedro Sánchez seguramente no va a cambiar de estrategia y, si cambia, puede ser peor. Si opta por abstenerse y deja gobernar a la derecha, eso puede suponer el principio de la desafección definitiva de su electorado más fiel. Por otro lado, si dimite o lo hacen dimitir, y el PSOE intenta cincelar en un par de meses una cara nueva, un líder novedoso que ilustre su próximo cartel electoral y aglutine los restos del naufragio, auguro asimismo que será otro empeño imposible. De modo que, en unas hipotéticas elecciones, el PSOE me parece condenado a cosechar otro escandaloso fracaso y a obtener, probablemente, los peores resultados electorales de su historia reciente, que le relegarán a la tercera o la cuarta fila de las bancadas parlamentarias. 

¿Y qué hay de las fuerzas políticas emergentes? Otra de las evidencias que arroja el resultado electoral es que Ciudadanos ha encontrado por fin su propia medida: la nada, la inexistencia. Ni ha logrado ni un solo diputado en los parlamentos gallego y vasco. Evidentemente, no sucederá lo mismo en el parlamento español, pero tampoco creo que sea necesario ser un lince para vaticinarles otra debacle en la próxima confrontación electoral. Ya he dicho en más de una ocasión que si no hay otra alternativa que optar a una mala copia siempre es mejor quedarse con el original, esté como esté. Así parece que lo ven también muchos de los que tuvieron la tentación de escapar del redil habitual, emigrando a territorios novedosos, porque han desistido de su precipitada aventura y están volviendo a marchas forzadas al “camino de la verdad”, que no es otro que el que representa el PP.

¿Y que pasa con Podemos y la sopa de siglas que le acompaña en los territorios autonómicos? Pues, en mi opinión, que también ha encontrado su justa definición. Podemos tiene la dimensión que tiene, ha cumplido su papel y lo más que puede aspirar es a seguir desempeñándolo con eficiencia. Porque si no es un invento directo de la derecha, por lo menos ha sido auspiciado claramente por ella y por su corte mediática. Con un objetivo bien definido: fraccionar y desgastar a la oposición. A la vista de la situación que el PP ha debido gestionar en los últimos años (desempleo, recortes, involución, rescates encubiertos…), no cabía otra alternativa que impulsar un movimiento político para debilitar a la oposición, utilizando la estrategia bélica más elemental: divide y vencerás. Y ese propósito ha sido materializado exquisitamente: la izquierda se ha fraccionado todavía más de lo que estaba, facilitando así el gobierno de la derecha por muchos años. Es más, por si la cosa no acababa de cuajar, los poderes fácticos inventaron adicionalmente C’s (conocido también como el partido del Ibex 35) para cubrir las hipotéticas y coyunturales defecciones del flanco diestro. Y éste también ha sido un objetivo plenamente logrado. En síntesis, lo que le queda a Podemos es mirarse el ombligo y ahogarse en su propia sopa. Su máxima aspiración ya está conseguida: dar el ‘sorpasinho’ al PSOE en Galicia y en el País Vasco. Ahora lo que resta es intentar hacer lo mismo en Madrid, mantener la posición y a ver venir las sucesivas confrontaciones electorales.

No parece buena cosa la estrategia que enarbola su carismático líder pretendiendo amedrentar a la gente poderosa. En mi opinión, ese recorrido es tan corto como las mangas de un chaleco; me parecen simples fuegos de artificio o juegos de niños, como se prefiera, orientados al consumo interno. Hoy por hoy, semejantes actitudes no hacen sino inducir la risa de los auténticamente poderosos y el cabreo de quienes consideran que tienen pequeños patrimonios que defender. Por otro lado, más antes que después, Podemos y sus socios van a tener que retratarse en Cataluña y en el País Vasco. Hasta ahora navegan en una cierta indefinición que hace compatible la defensa de la unidad de España con el respeto del derecho decidir de los territorios. Eso y no decir nada es lo mismo. Y la prueba está en lo que ha sucedido en el País Vasco, pese a que actualmente está mucho menos "incendiado" que Cataluña. Aquí, los que han ganado ampliamente las elecciones son PNV y Bildu (bien que lo subrayó Otegui tras conocer los resultados: "con 58 de los 75 escaños, esta noche empieza el asalto a los cielos"), los partidos que tienen claro el asunto de la identidad, que es un factor esencial tanto en allí como en Cataluña, aunque ellos no lo crean. Y cuando Podemos deba posicionarse al respecto, porque antes o después tendrá que hacerlo, la disyuntiva está clara: o pierden poder en esos territorios o lo perderán el resto del Estado, porque nadar y guardar la ropa es sencillamente imposible.

De modo que no es que mi actitud sea pesimista, al contrario, estoy convencido de que es profundamente realista. En este día postelectoral sucede una vez más lo que viene ocurriendo desde hace años. Que la derecha gobierna, que tiene por delante cuatro años para seguir haciéndolo y que no se vislumbra en el horizonte ninguna perspectiva que pueda entorpecer su trayectoria. Es justo lo contrario de lo que nos espera a la mayoría de los ciudadanos, que incluye buena parte de los que votan al PP. Unos y otros seguiremos sufriendo y siendo víctimas de sus políticas reaccionarias.

En el País Vasco gobernará la derecha, sustentada por el PNV, un partido inequívocamente conservador. En Cataluña, de celebrarse elecciones en este momento, me parece clara la expectativa de gobierno que tiene una hipotética coalición de Esquerra Republicana y Unió Democrática de Cataluña, ex-CiU. Por tanto, también allí gobernaría hipotéticamente la derecha, por más que Esquerra se apellide de un modo que en absoluto se corresponde con su ideario. Y qué decir de lo que sucedió ayer en Galicia. La tercera mayoría absoluta consecutiva de Feijóo habla por sí misma y le encumbra como la alternativa al liderazgo de Rajoy a nivel nacional. ¡No quieran los dioses que venga otro gallego, por favor!

Y en el resto del Estado, pues lo de siempre. Los contrapesos del sistema electoral bien definidos y operativos, garantizando uno tras otro procesos proclives al triunfo de la derecha. Por tanto, parece cantado el resultado de una hipotética y próxima confrontación electoral. Así que, señores, ¡ajo y agua! Es lo que da el país y seguramente lo mejor que tenemos porque lo de hacerse apátrida no parece nada fácil.

Se me acusará de ser pesimista o de agorero, o tal vez de las dos cosas. Pues bien, lo acepto, me arriesgo y aquí dejo mis opiniones. Solo es cuestión de esperar porque en pocos meses sabremos lo qué pasa realmente. ¡Ah!, un pequeño detalle que olvidaba: no puede imaginarse lo que me gustaría equivocarme, ni lo a gusto que me desdeciría.

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