sábado, 14 de enero de 2017

Antonio Martín Lillo, in memoriam.

Hoy, las secciones de obituarios de la prensa local recogen de manera destacada el fallecimiento de Antonio Martín Lillo. “Adiós a un histórico comunista”, “un hombre de gran valía política y humana”, “muere un político que no cesó en su lucha”, etc. En las redes sociales también son innumerables las referencias a quien ha sido importante referencia de la izquierda en la ciudad y más allá.

Me apresuraré a decir que ni fui, ni soy, ni creo que seré comunista. Por tanto, no es el apego ideológico lo que me ha vinculado con Antonio Martín Lillo. Mi relación con él y con su familia se inició como consecuencia de una amistad común. Desde hace muchos años, han compartido con nosotros el afecto de unas excelentes personas a las que conocimos por motivos diferentes. Justamente a partir de los comentarios y testimonios de esas personas, empecé a saber de los detalles de la vida de la virtuosa familia que conforman Antonio, Blanca, Víctor, Tina y el pequeño y bienquerido Víctor. Unas referencias entre las que, obviamente, predominaban las relativas al cabeza de familia por razón de su activismo político, de su compromiso social y de su proyección pública. Muchos años después, esta relación intermediada se complementó con otra mucho más directa cuando me incorporé a la Comisión Cívica de Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica. Así pues, en estos últimos tiempos he tenido la oportunidad de compartir con él los espacios de debate, discusión, compromiso y civilidad que enmarcan la actuación de este colectivo, del que fue activo fundador.

Sería absurdo que insistiese en los valores ideológicos o políticos de una persona que conozco hasta cierto punto, y cuyas cualidades otros, con mayor conocimiento de causa, han reseñado en los medios de comunicación y en las redes sociales. Pero ello no merma ni un ápice mi interés por subrayar algunos rasgos de su personalidad que, en mi criterio, justifican de sobra esta entrada y que comparto por ser inherentes a mi particular manera de entender la vida.

El primero es su coherencia ideológica y política. Frivolidades al margen, creo que en este aspecto en lo único que se equivocó Antonio es en el “equipo” que eligió para “jugar”. Obviamente, él y todos sus camaradas piensan justamente lo contrario. Sin embargo, digo esto porque cualquier otra organización política de izquierdas se hubiese lucrado, en el sentido más decente del término, de contar entre los suyos con un militante absolutamente coherente con la ideología de la organización, honrado, cabal, discreto, disciplinado e inasequible al desaliento. Un lujo para cualquier partido político, sindicato, asociación u organización. Antonio es una de esas personas singulares que explican por sí mismas la histórica –y, a veces, hasta insultante- supremacía moral de la que se ufanan los militantes de las formaciones políticas autoconsideradas “de izquierda auténtica” frente a los que se alinean en opciones progresistas más moderadas. Verdaderamente, poder presumir públicamente de las virtudes personales y políticas de personas como Antonio Martín, sin temor a equivocarse o a tener que desdecirse casi inmediatamente, es un lujo al alcance de muy pocos.

La segunda cuestión que quiero destacar es su compromiso político. Ha pasado toda su vida militando activamente en el PCE. En la clandestinidad y en la cárcel, durante el franquismo, en el exilio y en la sociedad democrática. En este tiempo líquido en que vivimos, en el que paradójicamente prima el pensamiento débil, la posverdad post-truth–, que para mi significa simplemente la “mentira”, el transfuguismo, la descapitalización ideológica o la práctica de la golfería a cualquier nivel político e institucional, no tiene precio compartir militancia con una persona incorruptible y consecuente con sus compromisos.

Un tercer atributo que debe destacarse de Antonio y su gente es la enorme capacidad que poseen para forjar un denso núcleo familiar. Es tan vigoroso el flujo de apegos que existe en esa parentela que el espacio privativo de sus querencias más próximas irradia nítida y espontáneamente al exterior, llegando sus destellos a los demás y haciéndonos percibir el enorme caudal de afección que los vincula. Tampoco me parece éste un asunto baladí.

En suma, durante el tiempo y las circunstancias que he compartido con él he tenido la oportunidad de comprobar que, además y por encima de las anteriores consideraciones, era un hombre bueno y una persona honrada y ejemplar. En mi léxico particular no existen mejores atributos. Larga vida, Antonio, en nuestro imperecedero recuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario