jueves, 18 de mayo de 2017

Casi en el primer aniversario

Pronto hará un año que nació nuestro nieto. Soy persona celosa con mis cosas y seguramente por ello, durante este largo intervalo, no he hecho referencia alguna a él en este cuaderno de bitácora que cumplimento con irregulares impulsos. Lo que en absoluto equivale a que la criatura haya sido ajena a mi pensamiento (no pasa día que no lo rememore), o que entretanto dejase de admirar su imparable crecimiento en las fotografías y vídeos que nos procuran sus padres.

El pasado fin de semana estuvimos cuidando de él en su casa madrileña. Sus progenitores aprovecharon la celebración del cumpleaños del padre para materializar esa especie de ceremonia ritual privativa de los papás primerizos y responsables –que es equiparable al destete, aunque con matices–, que concreta la primera separación física de su vástago por espacio de un par de días. Una experiencia que viven con preocupación y con cierto dramatismo, y que, a la vez, se corresponde con la asunción de una gratísima responsabilidad por parte de  quienes heredamos circunstancialmente la guarda y custodia de los nietos por la hermosa vía de la confianza de sus padres, nuestros hijos, que es muy de agradecer.

Cualquier abuelo sabe por experiencia que atender las necesidades de los bebés es tarea compleja y cansina. La naturaleza, inmemorialmente sabia, ha instituido el ciclo de la procreación en los intervalos de edad que aseguran a priori las atenciones que exige la crianza para cada especie. Obviamente existen las excepciones, que no son otra cosa que eso, por más que algunos, yendo contra viento y marea, se empecinen en equipararlas a la normalidad. Digo lo que digo porque hemos regresado baldados, de no parar y de dormir poco y mal. Aunque tan rotunda afirmación debe matizarse de inmediato porque a la vez volvemos con el ánimo por las nubes, avivado por las infinitas complacencias que procuran tan cándidas criaturas, siendo innegable que los años no perdonan porque, hasta hoy, nuestro nieto es una criatura excepcional que –aunque se dirá que todos los niños lo son, y no les falte razón a quienes lo aseguren– facilita enormemente las cosas. Me refiero a que tiene la fortuna de estar sano, comer como una lima, dormir como un lirón y ser persona de naturaleza jovial y simpática. Lo habitual en él son las sonrisas y las pequeñas gracias que ha aprendido, y no los enojos y las verraqueras. De manera que no sé si sus padres son plenamente conscientes del tesoro que tienen, que difícilmente se repetirá si alumbran algún otro hermano.

Nuestro nieto conociendo la playa
En estos días en los que hemos estado volcados a tiempo completo con el bebé hemos redescubierto y revivido la condición connaturalmente sensorial de los niños. Hemos contrastado experimentalmente el empeño con que demandan vernos, tenernos y sentirnos próximos, chuparnos, olernos, tocarnos, sincronizarse con nuestros movimientos, en síntesis: sentir la seguridad que les produce la proximidad de nuestros cuerpos o percibirse acunados entre nuestros brazos.

Hemos contrastado sus progresos, comprobando con qué atención mira las cosas, cómo se interesa por los pequeños detalles de los juguetes y de otros objetos de uso común, cómo está pendiente de cualquier ruidito que oye permaneciendo a la expectativa hasta descubrir qué o quién lo ha producido, cómo empieza a conocer a las personas con las que se relaciona regularmente (incluidos nosotros), cómo corresponde a los estímulos que producen los demás con risotadas y gesticulaciones, cómo ensaya espontáneamente balbuceos ininteligibles, que son como una especie de parloteos, que invitan a responderle con vocalizaciones parecidas que estimulan su incipiente lenguaje, cómo pierde el tiempo tumbado en su pequeño parque rodeado de juguetes, cómo se entusiasma con las marionetas, con qué atención sigue las secuencias de las series de dibujos animados en la TV…

También hemos constatado la incontinente alegría que le produce visualizar el biberón de la mañana y cómo se desentiende de su inseparable chupete para atender lo que sabe de sobra que le reportará rendimientos más magros. Nos asombra la fruición con que sorbe de la tetina y la diligencia con que abre la boca para engullir las cucharadas de papillas y yogures presurosamente. Nos encanta desnudarlo y acompañarlo en el disfrute de su baño diario, enjabonándolo entre chapoteos y risas, entre bromas y juegos, siempre renuente a abandonarlo y renunciar voluntariamente a uno de los mayores placeres que conoce –al menos así lo pienso yo–, una decisión que siempre adoptamos los adultos y que sistemáticamente le arranca el llanto que expresa su descontento.

Nos sorprende el enorme vigor con que a veces arquea su menudo cuerpo impidiendo que podamos aposentarlo en el carrito de paseo cuando no percibe la finalidad de lo que pretendemos. Nos asombra el interés que despierta en una criatura tan pequeña el canto de los pájaros que pueblan los parques y jardines, los ladridos de los perritos, el ulular de las sirenas o  el arrullo de las tórtolas. Resulta curioso comprobar su afición a manipular las hojas y ramitas de árboles y arbustos, y también los interruptores de lámparas y aparatos electrodomésticos.

Soy consciente de no ser imparcial y de mi propensión a la hipérbole pero, sinceramente, pienso que pasar unos días a tiempo completo con un nieto es una experiencia asombrosa, una oportunidad para reeditar provechos y disfrutes casi olvidados. Es ocasión para encontrar fuerzas que casi se consideraban perdidas, para sentir a pleno corazón, para avivar la ternura, para mirar con otros ojos, para reencontrar la esperanza e incluso para creer en el futuro. En suma, es una contingencia excepcional para percibir con vehemencia la imparable pulsión de la vida.

martes, 9 de mayo de 2017

Vive la France!

Ayer Francia se levantó tranquila, respiró. La victoria en las elecciones presidenciales de Emmanuel Macron lo permitió. Presuntamente, se frena la enorme e imparable ola populista que impulsan las derechas en las democracias occidentales: el Brexit; el triunfo de Trump; el Partido por la Libertad de Geert Wilders, en Holanda; el movimiento 5 estrellas en Italia; Alternativa para Alemania (AfD); el partido de la Libertad en Austria (FPÖ); Derecho y Justicia (PiS) en Polonia; el Fidesz de Viktor Orbán, en Hungría... Por fin, el movimiento En marche! derrota claramente al Frente Nacional de Marine Le Pen. Como alguien ha dicho, la elección de Macron es un mensaje global.

Hace solo unos meses que se habría calificado de auténtico chiflado a quien hubiese pronosticado que Francia iba a elegir a un presidente defensor de la globalización y partidario de la apertura de las fronteras a las personas y a las mercancías, europeísta y liberal, ex banquero de inversiones (Lehman Brothers sigue ahí, en la mente de todos) y ex ministro de Economía de Hollande, el Presidente más impopular de la V República. Es decir, a Emmanuel Macron.

Emmanuel Macron proclamando su victoria.
Lo que demuestra una vez más que la historia jamás sigue un curso rectilíneo, como evidencia –al menos en mi opinión– que los ciudadanos estamos cada vez más desorientados. La elección de Macron es una muestra inequívoca de ello. El triunfo del joven político es un sinsentido, aunque tenga apariencia y aspire a representar la resistencia cívica a la enorme ola que se ha instalado en el mundo occidental impulsada por el populismo, los tics nacionalistas, el hartazgo y la desazón con las élites políticas, el escepticismo sobre el orden liberal internacional, etc.

En este tiempo en que ha eclosionado una larga y profunda crisis en el proceso de integración europea, en el que se aboga por los nacionalismos y los proteccionismos, y prima el miedo a los inmigrantes, refugiados, etc., paradójicamente, Francia ha elegido al patrocinador de una presunta nueva vía, En Marcha!, que representa justo lo contrario de lo que aparenta, porque lo que realmente encarna es la promoción de las políticas que la Europa más comunitaria cuestionaba y cuestiona. De modo que, aunque buena parte del triunfo del joven presidente lo explique la determinación reactiva de una parte importante del electorado para evitar el triunfo de Le Pen, no deja de ser un contrasentido que se vote a algo que representa lo contrario de lo que parece.

Creo que Macron encarna a la perfección el paradigma de la nueva política, la que se impone hoy en el mundo. Una especie de combinación de audacia, suerte, triunfo de lo efímero y de la posverdad. Macron, que es un producto del establishment, aparentemente ha quebrado algunas de las reglas características del statu quo, como la primacía de la juventud sobre la recurrente veteranía o el  haber sintonizado con la Francia más cosmopolita y educada en lugar de con los partidos tradicionales, con la vieja clase política y con las estructuras venerables. Aunque es innegable que su discurso adopta un tono optimista y esperanzado, en el fondo no pierde de vista los viejos objetivos, vinculándose como sus competidores al denominado centro político, es decir, a ese amplio espectro sociológico que se extiende desde el centroderecha al centroizquierda que no es otra cosa que la masa crítica de ciudadanos que, al menos hasta hoy, es imprescindible para pilotar el sistema político y poder materializar políticas reformistas.

Por otro lado, Macron es un fulano con una suerte enorme. Sin mover un pelo, ha visto caer a sus principales rivales, víctimas de las elecciones primarias, de los escándalos o de la defección inducida por las circunstancias. Por otra parte, un buen porcentaje del apoyo que ha cosechado proviene de la adhesión militante en contra de Le Pen, es decir, es un voto prestado que le pedirá cuentas antes que después. Todo ello son hipotecas que pasarán facturas, pero eso no debe importar demasiado a Macron que representa una opción política para la que el futuro termina mañana.

En mi opinión Macron es un ejemplo paradigmático del triunfo de la posmodernidad, del pensamiento débil. En una época caracterizada por la decadencia de los grandes sistemas ideológicos, En Marche! representa la victoria del nuevo pragmatismo, de quienes dicen ofrecer lo mejor de la derecha y de la izquierda, es decir, más libertad económica y a la vez más justicia social, una incongruencia difícil de explicar e imposible de practicar.

Como se ha dicho, Macron representa el triunfo de las candidaturas que encumbran la individualidad del actor político, sin partidos ni mayorías.  Una singularidad que no le impide alinearse con las tesis de las corrientes ideológicas dominantes, cediendo a la pulsión centralizadora y tendiendo inequívocamente hacia la continuidad de las políticas liberales, cuya materialización exige contar con los viejos partidos, a los que paradójicamente aspira a debilitar e, incluso, a hacerlos desaparecer. Sin embargo, pienso que ello no le resultará fácil, entre otras razones porque probablemente tendrá complicado lograr una mayoría parlamentaria suficiente para materializar sus pretensiones.

Aunque quizás lo peor de todo es que el triunfo de Macron significa la derrota de lo que tradicionalmente se ha considerado el “gran frente republicano”, esa especie de salvaguarda temperamental de los valores de la modernidad que históricamente ha deslegitimado y combatido las opciones de extrema derecha y otros intentos de desdibujar la idiosincrasia francesa. Estas postreras elecciones las han protagonizado políticos ciegos y mediocres, que han competido para intentar convencer a la ciudadanía de que todas las opciones eran iguales y valían lo mismo. Y se han equivocado porque ni lo eran, ni lo son, ni mucho menos.