martes, 9 de mayo de 2017

Vive la France!

Ayer Francia se levantó tranquila, respiró. La victoria en las elecciones presidenciales de Emmanuel Macron lo permitió. Presuntamente, se frena la enorme e imparable ola populista que impulsan las derechas en las democracias occidentales: el Brexit; el triunfo de Trump; el Partido por la Libertad de Geert Wilders, en Holanda; el movimiento 5 estrellas en Italia; Alternativa para Alemania (AfD); el partido de la Libertad en Austria (FPÖ); Derecho y Justicia (PiS) en Polonia; el Fidesz de Viktor Orbán, en Hungría... Por fin, el movimiento En marche! derrota claramente al Frente Nacional de Marine Le Pen. Como alguien ha dicho, la elección de Macron es un mensaje global.

Hace solo unos meses que se habría calificado de auténtico chiflado a quien hubiese pronosticado que Francia iba a elegir a un presidente defensor de la globalización y partidario de la apertura de las fronteras a las personas y a las mercancías, europeísta y liberal, ex banquero de inversiones (Lehman Brothers sigue ahí, en la mente de todos) y ex ministro de Economía de Hollande, el Presidente más impopular de la V República. Es decir, a Emmanuel Macron.

Emmanuel Macron proclamando su victoria.
Lo que demuestra una vez más que la historia jamás sigue un curso rectilíneo, como evidencia –al menos en mi opinión– que los ciudadanos estamos cada vez más desorientados. La elección de Macron es una muestra inequívoca de ello. El triunfo del joven político es un sinsentido, aunque tenga apariencia y aspire a representar la resistencia cívica a la enorme ola que se ha instalado en el mundo occidental impulsada por el populismo, los tics nacionalistas, el hartazgo y la desazón con las élites políticas, el escepticismo sobre el orden liberal internacional, etc.

En este tiempo en que ha eclosionado una larga y profunda crisis en el proceso de integración europea, en el que se aboga por los nacionalismos y los proteccionismos, y prima el miedo a los inmigrantes, refugiados, etc., paradójicamente, Francia ha elegido al patrocinador de una presunta nueva vía, En Marcha!, que representa justo lo contrario de lo que aparenta, porque lo que realmente encarna es la promoción de las políticas que la Europa más comunitaria cuestionaba y cuestiona. De modo que, aunque buena parte del triunfo del joven presidente lo explique la determinación reactiva de una parte importante del electorado para evitar el triunfo de Le Pen, no deja de ser un contrasentido que se vote a algo que representa lo contrario de lo que parece.

Creo que Macron encarna a la perfección el paradigma de la nueva política, la que se impone hoy en el mundo. Una especie de combinación de audacia, suerte, triunfo de lo efímero y de la posverdad. Macron, que es un producto del establishment, aparentemente ha quebrado algunas de las reglas características del statu quo, como la primacía de la juventud sobre la recurrente veteranía o el  haber sintonizado con la Francia más cosmopolita y educada en lugar de con los partidos tradicionales, con la vieja clase política y con las estructuras venerables. Aunque es innegable que su discurso adopta un tono optimista y esperanzado, en el fondo no pierde de vista los viejos objetivos, vinculándose como sus competidores al denominado centro político, es decir, a ese amplio espectro sociológico que se extiende desde el centroderecha al centroizquierda que no es otra cosa que la masa crítica de ciudadanos que, al menos hasta hoy, es imprescindible para pilotar el sistema político y poder materializar políticas reformistas.

Por otro lado, Macron es un fulano con una suerte enorme. Sin mover un pelo, ha visto caer a sus principales rivales, víctimas de las elecciones primarias, de los escándalos o de la defección inducida por las circunstancias. Por otra parte, un buen porcentaje del apoyo que ha cosechado proviene de la adhesión militante en contra de Le Pen, es decir, es un voto prestado que le pedirá cuentas antes que después. Todo ello son hipotecas que pasarán facturas, pero eso no debe importar demasiado a Macron que representa una opción política para la que el futuro termina mañana.

En mi opinión Macron es un ejemplo paradigmático del triunfo de la posmodernidad, del pensamiento débil. En una época caracterizada por la decadencia de los grandes sistemas ideológicos, En Marche! representa la victoria del nuevo pragmatismo, de quienes dicen ofrecer lo mejor de la derecha y de la izquierda, es decir, más libertad económica y a la vez más justicia social, una incongruencia difícil de explicar e imposible de practicar.

Como se ha dicho, Macron representa el triunfo de las candidaturas que encumbran la individualidad del actor político, sin partidos ni mayorías.  Una singularidad que no le impide alinearse con las tesis de las corrientes ideológicas dominantes, cediendo a la pulsión centralizadora y tendiendo inequívocamente hacia la continuidad de las políticas liberales, cuya materialización exige contar con los viejos partidos, a los que paradójicamente aspira a debilitar e, incluso, a hacerlos desaparecer. Sin embargo, pienso que ello no le resultará fácil, entre otras razones porque probablemente tendrá complicado lograr una mayoría parlamentaria suficiente para materializar sus pretensiones.

Aunque quizás lo peor de todo es que el triunfo de Macron significa la derrota de lo que tradicionalmente se ha considerado el “gran frente republicano”, esa especie de salvaguarda temperamental de los valores de la modernidad que históricamente ha deslegitimado y combatido las opciones de extrema derecha y otros intentos de desdibujar la idiosincrasia francesa. Estas postreras elecciones las han protagonizado políticos ciegos y mediocres, que han competido para intentar convencer a la ciudadanía de que todas las opciones eran iguales y valían lo mismo. Y se han equivocado porque ni lo eran, ni lo son, ni mucho menos.

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