domingo, 4 de junio de 2017

Crónicas de la amistad: Alacant (19)

Ayer, 3 de junio, regresamos a Alicante. Elegimos la capital como en las ocasiones anteriores en que el cónclave resultó especialmente concurrido por ser un lugar relativamente equidistante de los municipios en los que residimos. En este caso, se trataba de materializar la que casi se ha institucionalizado como cena anual, en la que, además de los habituales, participaban personas muy especiales: nuestras parejas y Domingo Moro, que por segundo año consecutivo se desplazaba bien temprano y ex profeso desde Ibiza para participar en un evento que, de alguna manera, simboliza la antesala del cincuentenario de nuestro primer encuentro, que se consumará el próximo mes de septiembre, con fecha por decidir. Probablemente, hemos logrado alcanzar una cifra tan redonda porque estamos persuadidos cuanto menos de dos cosas. Por un lado, de que “la amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”, como dijo Francis Bacon. Por otro, de que “es más difícil y más rara que el amor, y por eso hay que salvarla como sea”, como aseguró Alberto Moravia. En mi opinión, cincuenta años de apego representan un intervalo más que razonable para acreditar que lo hemos logrado. 

Esta vez repetíamos escenario: el reservado de la Barra de César Anca, junto a la Explanada. Un espacio ideal para un encuentro de estas características. Habíamos encargado uno de los típicos menús de tapeo de la casa, a base de tiradito de atún con rúcula, cebollita roja, aceite de trufa y lascas de parmesano; brocheta de langostino con mousse de queso brie y maraña de kataifi; crêpe crujiente de pato y manzana con maraña de puerro frito; huevo escalfado con crema de cebolla tierna y salmón ahumado; canelón de rabo de buey con crujiente de ibérico, taco de merluza confitada a baja temperatura con crema de ajos tostados y gulas salteadas y tarta de manzana caliente a la buena mujer/pan perdido con helado de vainilla y chocolate caliente. Todo ello regado con cerveza, refrescos, blanco de Rueda y Rioja tinto.

Ciertamente, un menú conformado con platos de pitiminí que, eso sí, estaban perfectamente elaborados y resultaron a entera satisfacción de la concurrencia, según acredita la opinión general. Para asombro de los camareros –nada familiarizados con nuestra idiosincrasia– semejantes fruslerías que al final del recorrido, todo debe decirse, no lo son tanto, estuvieron trufadas con el arsenal calórico que habitualmente aporta Domingo desde su anhelada Ibiza: aperitivo Palo con unas gotitas de ginebra y limón y un toque de agua de seltz; y además, ‘orelletes’ y ensaimada para “reforzar” el postre de la casa, que algunos acompañamos de una copita de Frígola, y que tuvo su guinda con las trufas vileras de Marcos Tonda, que como casi es de rigor nos obsequiaron Rosana y Tomás. La réplica vino de la mano de Pascual que, en nombre de todos, ofreció a Domingo una billetera para que ponga a buen recaudo la más que razonable fortuna que le acompaña atávicamente en los juegos de azar, especialmente en la lotería navideña. Como siempre, estuvo al quite e inmediatamente puso sobre la mesa la propuesta de reeditar la inversión de 20 euros per cápita en el próximo sorteo extraordinario del 1 de julio, proposición aceptada unánimemente. Por otro lado, el cronista aprovechó la circunstancia para obsequiar a Domingo y a los demás contertulios un pequeño folleto que contiene las dieciséis primeras “Crónicas de la amistad”.

En La Barra de César Anca
Revestidos de finezza y bonhomía, sorprendidos por el breve y sin embargo contundente discurso de Paco Ochando, todos los presentes: Elías y Pepi (con su recién estrenada condición de “iaios”), Paqui y Antonio, Pascual, Rosana y Tomás, Paqui y Alfonso, Vicente y Amalia, Paco Ochando, Antonio y Maite, Sofo y Domingo contrastamos nuevamente que la amistad es uno de los pilares que sustentan nuestras vidas. Y por eso añoramos a Luis y a Guti, ausentes en este caso por razones de fuerza mayor. Como reflejan numerosos estudios y he referido en otras ocasiones, el contacto con los amigos influye inequívocamente en el bienestar psicológico y en la salud física. Hasta el punto de que existe una correlación significativa entre las redes sociales que mantenemos activadas y la longevidad que alcanzamos.

Ahora bien, la amistad –como tantas otras cosas de la vida– no debe descuidarse, bien al contrario, conviene estar muy atentos a sus avatares. Porque a medida que nos hacemos mayores se intensifica la tendencia a recluirnos en nuestro entorno más cercano y a que se nos olvide transitar por el espacio que ocupan los amigos. Por ello, suele ocurrir –y debemos evitarlo– que cuando se aproxima el final de la vida nos lamentemos por no haber cultivado suficientemente las amistades, por no haber dedicado el tiempo que merecían los seres queridos, o por ambas cosas.

Sabemos por experiencia que conservar los amigos no es sencillo. Sin embargo, cincuenta años ininterrumpidos de práctica amistosa han acrisolado en nosotros convicciones y conductas que hacen fácil lo que es sustancialmente difícil, asegurándonos una universal y ubérrima capacidad para cultivar el afecto, asentada en la ineludible práctica de unas pocas e importantes virtudes.

La primera de todas ellas es la honestidad. A la amistad le conviene sobremanera la honestidad. Es más, se puede afirmar categóricamente que ésta es la condición que la hace posible, porque amistad y mentira son incompatibles. No hay amistad sin sinceridad, de manera que solo las amistades francas perduran en el tiempo.

Por otra parte, sabemos a las claras que el rencor es el mayor enemigo de la amistad, cuyo cultivo casi nunca se asemeja a un camino de rosas. Pero es justamente la habilidad para gestionar y resolver los desencuentros la que ayuda, más que cualquier otra cosa, a fortalecer los lazos amistosos. Transigir y saber perdonar es algo consustancial al mantenimiento de las buenas amistades.

Hemos contrastado que conviene exteriorizar y mostrar explícitamente el afecto. Si descuidamos los detalles cariñosos, aunque sea de manera inconsciente, la relación con los amigos acabará enfriándose hasta desaparecer. Es imprescindible que nos esforcemos para lograr vernos, abrazarnos, conversar, compartir o perder el tiempo, sea cual sea el pretexto que encontremos para cada ocasión.

La amistad es incompatible con el egoísmo porque es una relación indefectiblemente recíproca, con un flujo intrínsecamente bidireccional. No sólo tenemos amigos para divertirnos, también para que nos apoyen cuando lo necesitamos y para que se alivien y se sientan reconfortados con nuestra ayuda y nuestro afecto cuando sus circunstancias lo requieran.

Sabemos que conviene ser comedidos en las expectativas que albergamos respecto de la amistad. En ocasiones los buenos amigos nos decepcionan. Todos fallamos alguna vez y, justamente por ello, estamos obligados a pensar que ciertas cosas no son más que el producto de situaciones pasajeras. Es evidente que todo tiene un límite, pero no debemos cometer el error de perder el contacto con los amigos por un quítame esas pajas, y hasta por motivos más importantes. Nunca es tarde para recuperar una amistad.

Somos plenamente conscientes de que en las relaciones personales es fundamental practicar el altruismo. Dicho de otro modo: es mejor hacer lo correcto, que ser correcto. Si hacemos algo que enoja al amigo, pero lo hacemos por su bien, antes o después acabará agradeciéndonoslo, como lo haríamos nosotros. 

El apego que disfrutamos y nos cementa, del que tanto nos orgullecemos y que tanto nos honra, es en buena medida el producto de estas y otras actitudes y de las consiguientes buenas prácticas que las acompañan. En nuestra mano está mantenerlo y, si es posible, acrecentarlo. Yo hago votos porque así sea, y estoy seguro de que vosotros también. La próxima ocasión la tenemos en La Vila, en septiembre. Hasta entonces, amigos.

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