martes, 11 de julio de 2017

Lunes

De nuevo, lunes. Vuelta a la normalidad después de un largo fin de semana en la capital. Hacia más de un mes que no veíamos al nieto y tocaba compartir unos días con él y con sus padres. La ocasión pintaba calva porque se celebraba en Madrid la segunda edición del Mad Cool Festival. Dicen que es uno de los mejores festivales celebrados el pasado año en España, en el que actuó gente como The Who, Neil Young o Vetusta Morla. Esta vez se anunciaba un gran plantel de grupos, como Foo Fighters, Green Day, Kings of Leon, Wilko, Fuel Fandango, etc., que actuaron en la Caja Mágica las tres tardes/noches del fin de semana. Como nuestros hijos son muy aficionados a esos acontecimientos, consideraron que era una buena ocasión para esparcirse, despegarse mínimamente de su pequeño retoño y vivir un poco la noche madrileña. Así que la situación se presentaba pintiparada para que nos ofreciésemos a atender al pequeño durante esas veladas. De modo que nos plantamos en la villa y corte con los escasos pertrechos necesarios para pasar un revuelto y primaveral weekend atmosféricamente hablando con profusión de tormentas y temperaturas agradables.

Apenas habíamos puesto el pie en Madrid, comprobamos que las cuatro o cinco semanas transcurridas desde la última vez que vimos al nieto ha sido tiempo suficiente para que haya perfeccionado numerosas habilidades y recursos. Ha dejado de arrastrarse y ha aprendido a gatear, a incorporarse y a ponerse de pie cogiéndose a cualquier asidero, sea cesto, trona, silla o mano adulta próxima. Gatea que se las pela recorriendo las estancias de su casa, que no son todas las que desea porque sus padres acotan el terreno para evitarle peligros evidentes. Disfruta, por ejemplo, subiendo y bajando las escaleras que conducen al piso superior cogido de las manos de cualquier adulto. En tierra firme, avanza, detiene la marcha, toma asiento, mira en derredor mientras recupera fuerzas y reemprende con renovado vigor sus particulares circuitos de gateo, que disfruta especialmente cuando los demás simulamos ostentosamente que le perseguimos y le jaleamos. Cogiéndole de las manos camina a buen paso, yo diría que hasta con “marcialidad”. Con la misma fe y determinación afronta el ascenso y descenso de las escaleras de su casa, con las que tiene una auténtica –y esperemos que pasajera– fijación. Estaría medio día subiéndolas y bajándolas, infatigablemente, deslomando a padres, abuelos y a quien se presente. Por otro lado, consigue mantener el cuerpo erguido y en equilibrio sujetándose con una mano a un punto de apoyo cualquiera, sea un mueble o el junquillo de una ventana. De modo que no parece lejano el día en que se decidirá a caminar autónomamente, que muy probablemente llegará antes de que finalice el verano.

Hemos contrastado que ha incrementado su capacidad lingüística que se limita, obviamente, a la emisión de sonidos intencionados para establecer relaciones sociales, que además apoya en gestos elocuentes, especialmente uno que utiliza a menudo que no es otro que señalar con el dedo índice lo que quiere coger o hacia donde desea ir. A esta función interaccional de su particular lenguaje se añade la instrumental y regulatoria que subyace a determinados balbuceos, sollozos  y gritos, que expresa con la inequívoca intención de satisfacer algunas de las necesidades básicas que siente y, también, para controlar comportamientos propios y ajenos, como comer y beber, salir de su parque o negarse a subir al carro de paseo.

Sigue experimentando con el balbuceo, que ha adquirido cierto ritmo y entonación. Expresa a las claras placer o malestar sin palabras y repite algunos bisílabos (caca, papa, yaya…). Muestra indicios de que comprende algunos términos referidos a objetos y contextos concretos y repetitivos. Cada vez son más las los ensayos que prodiga para intentar articular sus primeras palabras intencionadas, que a buen seguro no tardará en pronunciar.

Ha perfeccionado muchísimo sus habilidades motrices, ofreciendo una coordinación muy precisa de las distintas partes del cuerpo. Sorprende el cuidado con el que cambia de la posición erecta a la sedente y viceversa, o la escrupulosidad con que ase cada utensilio, cubierto o juguete por la parte que debe, sea el mango, el asa o la empuñadura.

Hemos comprobado que sigue ejercitando sin desmayo su afán por comer y crecer. Es como una pequeña lima que goza ingiriendo lo que sea a cualquier hora del día. Pese a ello, no está obeso porque sus progenitores evitan que se exceda ya que, si fuese por él, no dejaría de comer, bien sea lo que le toca en cada comida o un trozo de pan, una galleta, un colín o lo que se tercie. Obviamente tiene sus preferencias. Entre ellas el yogur ocupa un lugar muy destacado, tanto que lo antepone a  cualquier otra vianda, que relega ipso facto a poco que se descuide quien le dé la comida y le muestre simultáneamente ambos alimentos. En este momento de su proceso evolutivo parece, como decía Freud, que todo el conocimiento lo adquiere a través de la boca, a la que acaba llevándose cualquier objeto que cae en sus manos. La boca es el principal origen de su placer (chupar, morder, masticar) y al mismo tiempo de sus conflictos y frustraciones cuando las personas que lo cuidan evitan que chupe o mordisquee lo que no debe. Ahora empiezan a interesarle otras partes de su cuerpo, como sus genitales, pero su atención sigue centrada esencialmente en la actividad oral.

Nos ha sorprendido cómo ha adquirido en tan poco tiempo algunas habilidades comunicativas. Ya sabe, por ejemplo, mostrar “vergüencitas” y hacer carantoñas, fruncir el ceño e incluso aparentar con cierto “cinismo” que está risueño cuando busca que los demás aprueben sus conductas. Simultáneamente, ha desarrollado la autonomía en el juego, entreteniéndose en su parque durante un tiempo considerable explorando una caterva de juguetes, activando sus mecanismos visuales y sonoros, cambiándolos de lugar o indagando táctil y oralmente en sus respectivos contenidos. Mención especial merece su habilidad con los mandos de la TV que, a poco que te descuides, toma, acciona y dirige hacia la pantalla con la naturalidad y habilidad que lo hacemos los adultos, cambiando fortuitamente los menús o los canales para sorpresa de propios y extraños.

Como puede comprobarse, para gozo de sus progenitores y de sus abuelos, nuestro nieto es un ejemplo paradigmático de un bebé que raya su primer año. Por lo que dice el pediatra, el repertorio sus capacidades y habilidades se corresponde globalmente con el estándar de la fase evolutiva por la que atraviesa. Pese a ello, como supongo que les sucederá a los demás abuelos primerizos, no dejan de sorprendernos porque son progresos que teníamos casi olvidados. De modo que, durante estos días, hemos disfrutado mucho contrastando los rapidísimos avances de una criatura que afortunadamente se cría sana y bien. Eso sí, para disgusto de sus padres, se ha hecho un poquito más madrugadora de lo que era porque raramente le dan durmiendo las siete de la mañana.

Por lo demás, a veces muestra signos inequívocos de que “tiene genio”, e incluso ofrece algún gesto que denota una cierta “mala leche”, como se suele decir. Especialmente cuando se le insiste en que haga algo que no desea. Aunque ello nos suceda a todos, no deja de asombrar tal conducta en una criatura tan pequeña. No obstante, al margen de estos puntuales furores, ha aprendido peculiares zalamerías, como mirar con ojos cariñosos y sonrisa pícara, fingir pequeñas vergüenzas o hacerse el encontradizo, con las que nos regala impagables instantes de felicidad.

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