domingo, 6 de agosto de 2017

34 añazos

Dicen que el tiempo vuela y que el tiempo presente, al mencionarlo, ya es ausente. Otros comentan que con el mal tiempo desaparecen los falsos amigos y las moscas. Terceros aseguran que el tiempo y la marea ni se paran, ni esperan. Por otro lado, dicen que el dinero va y viene, pero que el tiempo ido no vuelve. También aseguran que el día de ayer, nadie lo volverá a ver. Muchos practican aquello de “a mal tiempo, buena cara”, mientras otros comentan que con el tiempo y la paciencia se adquiere la ciencia y hasta hay quienes afirman que a su tiempo maduran las uvas. Algunos declaran que el tiempo todo lo alcanza, a la corta o a la larga. Y hay quien dice que tiempo que viene despacio, en irse también es reacio, e incluso que el tiempo cura más que el sol. Dicen, en fin, que vuela el tiempo de corrida, y tras él va nuestra vida. Se dicen tantas cosas…

Esta misma tarde, una añeja y apreciada alumna, Mari Carmen Abellán, aseguraba en uno de los centenares de guasaps que inundan el grupo que ella misma creó hace unos meses y reactivó hace pocos días que: “A la mayoría [de sus compañeros] no los he visto desde el colegio…, hace 34 añazos”. Lo siento por la ciencia, pero tengo para mí que, en determinadas ocasiones, el tiempo no es la variable continua que por definición se asegura que es. Cuando leo esos cientos de guasaps y observo algunas de las fotografías que han insertado quienes fueron mis alumnos, mi percepción del tiempo se reduce a un dígito, o mejor dicho, a la ausencia de dígitos, es decir, a la nada. Parece que fue ayer cuando convivíamos en el vetusto colegio Ruperto Chapí –un edificio “desechable” que se construyó provisionalmente para 10 años, y ahí sigue, en pie y en uso– y han transcurrido ya más de tres décadas de aquella formidable aventura.

Grupo alumnos/profesores Ruperto Chapí (Alicante), 1997
Como medida profiláctica, tengo por costumbre silenciar los grupos de guasap en los que se me incluye. No es que esté en decenas de ellos pero, la verdad, cuando por la circunstancia que sea se desata la euforia en uno, resulta agotador escuchar el avisador que anuncia el sinfín de los mensajes, que a veces se prolonga horas y horas. No obstante, silenciar el grupo no equivale a dejar de prestarle atención. Como el icono de la aplicación revela la profusión de los mensajes, resulta casi imposible sustraerse a la curiosidad que genera. De modo que he ido leyendo la intensa malla de fotografías, comentarios, opiniones, chascarrillos y ocurrencias que han ido tejiendo este fantástico ramillete de mozos y mozas que fueron mis alumnos y que hoy bordean la cincuentena.

Unos mensajes que, en general, hablan por sí mismos, a las claras, de cada uno de ellos. Como si los tuviese delante, sentados en los pupitres que ocupaban en las aulas del ala este del primer piso del colegio. Aún a riesgo de olvidarme de algunos y de equivocarme y molestar involuntariamente a otros con mis comentarios, sinceramente, sigo apreciando al bueno de Ignacio Minaya, con su porte circunspecto y su carita de niño compasivo y aplicado. Advierto la delicadeza de Ana Maravillas, con su rostro casi níveo, sus ojos claros y sus largos cabellos rubios. Me subyuga la jovialidad de Antonio Velasco, ahora desprovisto de aquella asalvajada y oropelada melena. Admiro el talante conciliador y la filantropía de personas como Mari Carmen Abellán, la gran hermana mayor. Contemplo la bonhomía de gentes como Manuel Jesús Martí y también de su hermana Asun, si no estoy equivocado, que espero que esté tan bien como él. Continuo rindiéndome ante la enorme humanidad de los dos mayores “armarios” del colegio, Antonio y Manolo, cuyos corazones no les caben en el pecho. Me gana el trasto de José Manuel Murcia, el espigado y perspicaz chaval que las mata a la chita callando. ¿Y qué decir de Margarita? La hija que todos quisiéramos tener. O de la buena de Loli Alonso, siempre tan voluntariosa y tan trabajadora. Emilio Sarrión y Javaloyes, dos excelentes personas ya cuando eran niños, que estoy seguro habrán mejorado, aunque el segundo ya no emule a Nino Bravo en privado. No les iba a la zaga José M. López Lafuente, un mozo espigado, aplicado y bonachón, que nunca nos dio un mal de cabeza. ¿Cómo olvidar la madurez de muchachas como Yolanda Sáiz, Nati o Amparo? Tres personas educadas y magníficas. Como lo eran y seguirán siéndolo Yolanda Bermúdez (a cuyos hermanos trato a través de otro grupo de guasap, igual que al hermano de Pepe Maciá), Cristina L. Morales, Mari Carmen Medina, Mari Ángeles Berenguer, María José o Loli Toro, a la que casi reconozco. Todas ellas gentes de bien.

Quienes me sigan dirán: este se está dejando lo mejor para el final. Y de alguna manera así es, aunque no exactamente. Probablemente me quedan por mentar algunos de los que hicieron más méritos para ser recordados. No sé si estoy en lo cierto, pero ¿cómo olvidar a Ernesto o a Jesús Rubio, si son quiénes pienso que son? ¿O a Juanfran y a Paredes? ¿Cómo desairar a la fuerza de la naturaleza que ha sido y seguro que continuará siendo Gemma Richart? ¿O a la “cola de lagartija” que fue Loli Muela, tan inteligente como poco entusiasta de las tareas intelectuales? Finalmente –al menos por el momento, porque habrá omisiones y olvidos involuntarios que prometo enmendar cuando tome conciencia de ello–  recuerdo a Luis Munera. Sigue siendo el mismo crack que cuando era niño. Listo, ocurrente, comunicador, muñidor…, un gran tipo con unas enormes habilidades sociales, de esos que se bastan por sí mismos para animar cualquier cotarro y que son una bendición para los grupos en los que caen. En fin, seguro que me olvido de algunas y de algunos. Estad seguros que no lo hago conscientemente. Tal vez las fotos que vais “subiendo” y algún encuentro futuro me ayuden a recobrar la memoria. Todos, los mencionados y los que he podido omitir, tenéis mi afecto y mi agradecimiento.

Dije en otra ocasión que “en pocos momentos de mi vida he sentido tan intensamente la profesión como en los años que trabajé con Manolo [Gomis] en el colegio Ruperto Chapí, y en algún otro. En esa época tenía continuamente la sensación de que estábamos haciendo lo que debíamos, cuando correspondía y de la manera que convenía que se hiciese. El nuestro era un ejercicio profesional impregnado de sentido, de convicción y, por qué no decirlo, de pasión por lo que hacíamos. Pocas veces he disfrutado personal y profesionalmente tanto como lo hice entonces. La tarea diaria fluía con naturalidad, sin retóricas, artificiosidades o imposturas. Era habitual la coherencia entre lo que pensábamos, lo que se sentíamos y lo que hacíamos. Los otros, nuestros alumnos y sus familias, y muchos compañeros, lo percibían y lo vivían con idéntica intensidad y simultaneidad. Aquella realidad no era flor excepcional, producto de un día de trabajo inspirado, sino un eje conductor que vertebraba nuestro ocupación docente a lo largo de las semanas, los meses y los cursos académicos. Hay centenares de testigos que ratificarán lo que digo”. Gemma, sin ir más lejos, lo corroboraba en un reciente guasap, cuando decía “¡Qué suerte tuvimos en encontrar a esos profesores con ganas y energía! Que nos transmitieron esa alegría en aquellos tiempos tan difíciles. Tengo ganas de verlos de nuevo y darles las gracias”. Pues bien, creo que este grupo es una excelente muestra de los resultados de aquella tarea. Gracias, queridos amigos, por ser como sois y por enseñarnos las cosas que antes no habíamos aprendido en los libros, ni nos enseñaron nuestros profesores. Dice una colega de profesión que el oficio de maestro es aprender. Y tiene razón. Algunos aprendimos mucho de vosotros, aunque os cueste creerlo. Muchas gracias por ensenárnoslo.

3 comentarios:

  1. A ver si ahora acierto.
    Gracias a ustedes Maestros, nosotros también aprendimos mucho de ustedes, y no me refiero solo a contenidos léxicos.

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  2. Un verdadero placer, un verdadero placer saber de usted y de Don Manuel grandes maestros y mejores personas. Orgulloso de haber tenido maestros como ustedes que nos enseñaron matematicas, sociales, naturales etc pero que tambien nos enseñaron los grandes valores que nos han guiado a la gran mayoria de nosotros por la vida.

    Uno de esos omitidos y a buen seguro compartido por algunos otros como Bleda, Devesa, cañadas y un largo etc.

    Israel Gonzalez

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    1. Querido Israel,
      Comparto el placer de volver a saludarte. Gracias por tus amables palabras. Yo también estoy orgulloso de vosotros, de lo que fuisteis y de lo que habéis logrado llegar a ser. De la amistad, generosidad, fraternidad, empatía, entusiasmo, solidaridad... que desplegáis. De lo "personas" que sois, en suma.
      Por otro lado, cuando escribí esta entrada era consciente de que omitía muchas alusiones imprescindibles. Apenas menciono explícitamente una treintena de compañeros; lo que equivale a decir que me falta casi la mitad de las personas que integrabais ese glorioso curso. Te aseguro que Israel González, Antonio Bleda, Jose M. Cañadas, Francisco J. Devesa, Carlos Castillo, Conchi, Marisol, etc., etc. seguís en mi memoria y en mi corazón. Espero tener en breve la oportunidad de daros a todos un fuerte abrazo.

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