jueves, 10 de agosto de 2017

Desde mi guarida

En estos primeros días del ferragosto mi casa se ha convertido en una especie de madriguera, diría que casi en un improvisado sepulcro custodiado pretorianamente por el sacrosanto aire acondicionado. Nada consigue sacarnos de tan artificioso cenotafio, ni siquiera las noches, que no parecen tales, a fuer de ser tan agotadoramente tórridas y repulsivas. Permanecemos enclaustrados desde que el Sáhara decidió trasladarse a vivir más al norte, quizás para avisarnos, siquiera por unos días, de lo que nos espera a la vuelta de la esquina si persistimos en calentar el cotarro.

Sin embargo, lo que pudiera parecer una perspectiva sombría –me refiero a la que delimitan los angostos y lúgubres espacios que definen cuatro paredes tenuamente desnudas y otras tantas ventanas cegadas por las persianas–, no lo es tanto. Desde la protección que procura la penumbra, como si de un ejercicio de voyeurismo se tratase, a través de las rendijas que dejan las lamas que ocluyen los vanos, se puede escrutar y hasta llegar a descubrir encuadres interesantes, que son como claraboyas personalizadas mostrando realidades imaginarias o imaginadas realidades, que sazonan el tedio y apartan la desmotivación que acompaña a la obligada y deprimente reclusión estival.

Plano 1. Así, llevado del bochornoso y mórbido ambiente, te aflojas y optas por dirigir la mirada al primer resquicio que ofrece la persiana. Detectas a la izquierda, en primer plano, un ventilador negro. En contraste con él, destaca un inmaculado embellecedor del conducto del aire acondicionado que asciende verticalmente y ribetea una pared de ladrillo, recortando un bloque de apartamentos situado en un segundo plano, al otro lado de la calle, cuyas ventanas cubren toldos listados de marrón y amarillo, sin anomalías  evidentes. En el mismo plano, a la derecha, descansan tres macetas sobre una mesa que sostiene un pie metálico de forja cuyo tablero decoran arabescos de traza original. La superficie vaporosa y ardiente del toldo se ofrece como telón de fondo de la terraza, sujeto en su extremo inferior a una barandilla cilíndrica pintada de amarillo caléndula. Una torre de focos perpendiculares emerge en los contornos de un deshabitado estadio de atletismo. Las farolas trepan hacia las alturas en ambos lados de la calle. Una piscina rodeada de pinos y palmeras pone su contrapunto, insolente y fresco, a esta especie de naturaleza muerta que es una suerte de obligado plano medio que fija la atención que ha dispersado un escenario tan avasalladoramente tórrido. La cubierta de una singular construcción metálica, desvaída en el horizonte, que descansa bajo los pies verdes y húmedos del único edificio que se avista hacia el sur, sobre el Tossal, brinda la imaginaria y recortada silueta de un enigmático unicornio azul.

Plano 2. Un visillo traslúcido vela la imagen que encuadra la rendija de otra ventana delatando el defectuoso cierre de la persiana. A través de los cristales entreabiertos de ese doble tragaluz orientado al norte se vislumbra la superficie rectangular de una piscina grande, con una lámina de agua artificiosamente tintada de un hiriente azul celeste, enmarcado por una alfombra de un mullido césped que alterna múltiples tonalidades de verde. Pocas personas se bañan pese a la canícula reinante. Un pequeño jardín triangular señala la línea de fuga que corresponde a una parcela secundaria, sembrada con espaciadas sombrillas vegetales. Tras él, un trozo de carretera, sin apenas circulación, trunca la continuidad de la perspectiva. Solo el esqueleto de un edificio en construcción, flanqueado por dos grúas que se elevan en paralelo, inmóviles y pobladas de gaviotas, parece dar sentido a su pretenciosa proyección sobre el plano imaginario ideado desde el punto de fuga que materializa el ojo del taimado observador apostado en la penumbra. Como contrapunto, un bloque rojo y gris cierra el plano de conjunto por el lado derecho, mientras a la izquierda se aprecia, desleído, el contorno de los primeros repechos del Cabeçó d’Or, cuya cumbre hace meses que perdimos de vista mientras crecían las alturas del nuevo edificio. “Ciega la vida nueva, es como un verso al revés, como amor por descifrar, como un dios en edad de jugar”. (S. Rodríguez)

Plano 3. Una puerta corredera de una sola hoja cuartea la perspectiva en esta pieza que mira al sur. El suelo de losas cuadrangulares extiende, al frente, sus tonalidades pardas a lo largo de siete metros. Al fondo, una ventana entreabierta, con cristales traslúcidos, permite enfocar una celosía de hechuras figurativas que fragmenta y transforma en ficticias piezas de puzzle las fachadas del bloque de viviendas del otro lado de la avenida. A la izquierda, en primer plano, armarios y electrodomésticos se alinean con el banco de la cocina sobre el que reposan cacharros variopintos. A la derecha, las puertas del frigorífico dan paso a otra bancada sobre la que descansan una báscula digital, algunas cajas metálicas de galletas, perolas de hierro y una tostadora supuestamente retro. Una puerta corredera de aluminio lacada en blanco, protegida por una cortina china de encajes vegetales, cierra una pieza que custodia la sombra de un viejo y colosal vagabundo.

Plano 4. Me engullen los vértices de rectángulos múltiples. A la izquierda, enmarcado por una puerta corredera, un paralelepípedo ortogonal acoge bancos, mesas y sillas que se proyectan sobre una superficie diáfana. A la derecha, un largo rectángulo, mórbidamente iluminado, da acceso a dos puertas y a un recibidor que se abren indolentemente a miradas sin inspiración. A primera vista se entrevé un sofá de tonos enfoscados y una mesa de centro con objetos diversos. En primer plano sobresale un pequeño mueble con numerosas fotografías y discos. Al fondo, un espacio paralelepipédico conforma una habitación poblada de libros y cuadros, custodiados por un ventilador desvencijado y blanco, que descansa indolentemente sobre el suelo de terrazo. Alea jacta est.

¿Quién se atreve a ningunear el atractivo de la opacidad de un ferragosto doméstico más que especial? Porque si así fuese, amenazo con contar de inmediato una historia diferente, igualmente cierta y verdadera.

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