viernes, 6 de octubre de 2017

Crónicas de la amistad: La Vila (20)

Víspera de luna llena. Veinte ya los encuentros. Noches para emociones, insomnios y nostalgias, que no tenemos. Se consumió un verano ardoroso, que empezamos extraviando la suerte en la lotería y ganando los arrullos amorosos de la primera nieta de la familia Cascant. El regusto de los últimos chocolates vileros de Tomás y Rosana impregnó los primeros compases del estío. Antonio Antón casi se despedía del Camino Jacobeo en Portomarín y Pascual saludaba la nueva estación desde un chiringuito de su pueblo, con Tabarca al fondo, cual decorado de lujo. Domingo disfrutando de las recónditas calas ibicencas gozo privativo de los ‘pitiusos’ y animando el grupo con guasaps y ocurrencias. Alfonso doctorándose en ebanistería fina, mientras Antonio García promocionaba la oferta estival de los tatoos de su hijo. Apenas sin darnos cuenta se nos echaron encima les festes de la Vila, los nardos y el espectacular desembarco. Y pocos días después el inefable Misteri, con Antonio Antón y Pito, el hijo de Guti y Luis, y tantos otros conciudadanos materializando tan espléndido y anual milagro sacro-musical, declarado por la UNESCO patrimonio inmaterial de la Humanidad hace más de cinco lustros. Ardió Ibiza y tronó en el Vinalopó. Aparecieron los primeros “verderols” en la Vila, a la vez que algunos estrenaban la temporada de paellas “amb conill, cigrons y pebrera vermella”. Y un año más, hubo guerra de carretillas en Elx, y multitud de perjudicados.

Restaurante El Pagell
Casi no habían concluido las representaciones del Misteri cuando sobrevino la catástrofe en las Ramblas de Barcelona, que dejaron de ser la calle más bonita del mundo, en la que, como dijo Federico GL, vivían juntas a la vez las cuatro estaciones del año. Acabó otro agosto aciago con tímidas lluvias que animaron el renacer de las flores anunciando la proximidad del otoño. Se aplazaba nuestro encuentro, o quedada, como le llaman los jóvenes. Sobrevenía  el percance de Pascual. Y el cataclismo del uno de octubre (1-O). Y el descarte de Luis a última hora.

Llegó el día. Apenas despuntaba el alba cuando enviaban sus misivas los ausentes. “Seguro que lo pasaréis bien, como siempre. Seguro que Tomás hará de excelente anfitrión. Disfrutad de vuestra compañía y de los manjares y libaciones. El resto ausente estará, sin duda, con vosotros, sintiendo el no poder hacerlo y deseando ya el próximo encuentro. Una vez más sentiréis que el tiempo es una farsa porque, en este caso, no ha existido su paso para ajar los afectos. Os quiero. Feliz día”, decía Pascual. Y apostillaba Luis: “Ánimo Pascual. En la próxima nos tomaremos la revancha. Carpe diem". Imposibles mejores augurios.

Como así fue. Apenas rayaban las once y media cuando ya estábamos todos congregados en la terraza del bar Diego, una especie de oficina muy particular que tiene Tomás enfrente de su casa, en la que despacha los asuntos urgentes y otros que lo son menos. Una cervecita bien tirada, acompañada de aceitunas y almendras, sirvió de tentempié para estrenar el programa que tan cuidadosamente había preparado nuestro anfitrión. Los nada protocolarios saludos, a base de sentidos abrazos, miradas y gestos de complicidad, y un breve descanso nos llevaron casi sin solución de continuidad a emprender la primera actividad: la visita al Vilamuseu, una novísima instalación museística, estrenada hace apenas dos años, que ocupa el solar en el que antes estuvo el colegio Dr. Esquerdo, en la calle Colón, cuya fachada original han conservado con excelente criterio. El proyecto ha sido trazado de acuerdo con los parámetros del denominado diseño inclusivo –design for all–, que lo convierte en uno de los museos más accesible de Europa por su comodidad, facilidad de comprensión, amenidad y seguridad para todas las personas. Y esa es su mayor originalidad. Existen muy pocos ejemplos en el mundo que, como este, atiendan la diversidad humana por razón de edad, capacidades, cultura, etc.

El edificio Vilamuseu ocupa unos cuatro mil metros cuadrados dedicados a exposiciones, talleres de trabajo abiertos al público, así como almacenes y laboratorios. Cuenta con un laboratorio de arqueología subacuática que permite la desalación y tratamiento de ánforas y otros materiales procedentes del pecio romano hallado en aguas de La Vila, denominado Bou Ferrer, y de cualquier otro yacimiento subacuático que se excave en el futuro. El proyecto fue redactado por el arquitecto vilero Tomás Soriano. Malena Lloret nos ha acompañado gentilmente en nuestro paseo a lo largo, ancho y profundo de unas magníficas instalaciones, explicándonos magistralmente los detalles de su interesantísimo contenido.

Bar Calavera
Finalizado el programa cultural, cuando apenas eran las dos, nos hemos dirigido al bar Calavera. Un clásico en el que algunos han degustado sendos nardos y otros cervezas y refrescos, maridándolos con una ‘picaeta’ a base de hueva de atún regada con aceite de la tierra y “fetge amb creïlles”, una especialidad ignota en cualquier otro lugar. Un excelente tentempié que nos ha reconfortado y dotado de energía para emprender el camino de la Ermita. Allí nos esperaba con un menú excepcional Juan, el Pagell, amigo de Tomás.

¿Qué se puede decir del Pagell? Seguramente todo: malo, regular y bueno. Nosotros, hoy, no podemos optar por otra alternativa que no sea la última; es más, incluso deberíamos reconocer que muy bueno. Juan nos ha tratado magníficamente, ofreciéndonos una comida copiosísima y valiosa, a base de tomates trinchados con mojama y anchoas, cigalas espectaculares, chipirones extraordinarios, gamba a la plancha magnífica y arròs a banda excelente, aunque “sentidito”. Y para rematar, una fritura de randera espléndida. Y a un precio que mejor omitir porque quienes opinan de otro modo probablemente no le darán crédito. Un fantástico menú, regado con las libaciones habituales: café licor, cervezas y buen vino.

Por lo demás, hemos sido bien recibidos y acogidos. Nos hemos sentido bien acompañados y hasta consentidos por el regente de un establecimiento que no suele dejar indiferente a la clientela. En semejante ecosistema, no sólo hemos dado buena cuenta de los manjares que componían el menú, rematado por higos verdales y melón, sino que, al rescoldo de las copas, hemos desgranado infinidad de canciones coreando de aquella manera a nuestro incombustible Antonio Antón, que hoy se acompañaba con una guitarra de la casa. Los fumadores han consumido sus cigarrillos en un despejado comedor, en el que hemos permanecido sin limitación alguna hasta que hemos decidido marcharnos envueltos en las mejores atenciones. Y todo ello gracias a los buenos oficios de Tomás, una excepcional persona que deja amigos por donde pasa.

Así concluyó el vigésimo cónclave de la amistad. Despidiéndonos entre abrazos en el aparcamiento del restaurante cuando empezaba a caer la tarde. Planificando el próximo encuentro y estirando el recuerdo de Pascual y Luis, que allí estarán. Era jueves, 5 de octubre, víspera de la luna llena, de la fase que activa especialmente la comunicación y el afecto, dimensiones en las que estamos particularmente entrenados. ¡Ojalá que podamos seguir disfrutándolas muchos años!

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