sábado, 24 de febrero de 2018

Crónicas de la amistad: Elx (22)

A propuesta de Luis, hoy alteramos la secuencia del recorrido habitual yendo de Novelda a Elx. Seguimos sin perder de vista el Vinalopó, el viejo río que los romanos denominaron Pinna Lupi (peña del lobo), título que copiaron los árabes, llamándolo Binalūb, y al que mucho más recientemente otros, como Schulten, basándose en la Ora Marítima, de Avieno, denominaron Alebus. Un regato de casi 81 kilómetros de longitud cuyo ínfimo cauce modela y vertebra, milenio tras milenio, buena parte del flanco occidental de la geografía provincial.

Nuevamente se nos ofrece otra oportunidad para celebrar la amistad que, como dijo el periodista Antonio Lucas, tal vez sea “la más imprecisa de las verdades, o la más exacta de las religiones, porque se apoya en una rigurosa sospecha: saber que uno se prolonga mejor en el otro”. Y es que la amistad es un modo de quererse fascinante del que hay tantas versiones como personas. En sí misma, es una crónica fabulosa que apenas se escribe, pero que se piensa casi a diario, porque el hecho de querer a alguien incluye, sin pretenderlo, una hermosa geometría que obliga a triangular muy bien para acoplar entusiasmos y frialdades. Estoy convencido de que la mayoría de las veces lo mejor que nos sucede a los amigos cabe en un silencio o un abrazo oportunos; en un saber estar juntos sin más pretensión que tenerse al lado; en saber hacer el ridículo en el momento justo sin temor a ser reprendido; … en ser capaz de escuchar una risa en el peor momento del día. Por otro lado, como decía Rafael Azcona, creo que la principal virtud de la amistad es la capacidad de evitar poner al otro en la tesitura de tener que decirte: “no”. Y es que los amigos son como el mindfullness del amor. Con un amigo no hay pasado ni futuro, siempre es ahora; y esa visión, que no paga peajes ni pide réditos, quizás sea la única garantía de que el amor puede llegar a ser invulnerable.

Paseando por el Fondo
Antonio Antón nos había citado en su casa de la carretera de Santa Pola, a las once. A esa hora allí estábamos todos, como clavos. Tras embarcarnos en un par de coches nos hemos dirigido al Fondo, que no al Fondó, un parque natural declarado como tal en 1988, que es parte de la antigua albufera de Elche, que modeló históricamente la desembocadura del río Vinalopó y que los humanos han desecado casi completamente para convertirla en terreno cultivable. En esa zona pantanosa, la Compañía de Riegos de Levante, a principios del siglo pasado, construyó dos embalses reguladores para recoger y distribuir a los agricultores el agua que se eleva desde la desembocadura del río Segura, que riega más de mil hectáreas. Este singular conjunto hidráulico, oculto tras los cañaverales y la vegetación palustre, aparenta ser una gran laguna natural, que se complementa con charcas y saladares que trufan cultivos y palmerales conformando un paisaje excepcional, que acoge a casi doscientas especies de aves. Entre ellas la cerceta pardilla y la malvasía cabeciblanca, ambas especies en peligro de extinción, además de distintas variedades de garzas, anátidas, limícolas y flamencos (pocos) que conviven con anguilas, mújoles, carpas y con el fartet común, también llamado peixet de sequiol, una singularidad exigüísima del Mediterráneo español, que se caracteriza por su voracidad (de ahí su nombre), pese a que las hembras, que son las de mayor tamaño, apenas alcanzan los cuatro centímetros cuando son adultas.

Concluida la faceta socio-natural de la jornada, que amaneció tan heladora como espléndida, nos hemos detenido en una zona de picnic del propio Parque donde hemos dado cuenta de la coca de miguitas con sardina de bota –que otros llaman arengada, sardina de cubo, de casco, o salpresa–, que había provisto Pascual, adquirida en el Horno Mamella, una institución en Santa Pola, acompañada de unos botes de San Miguel, conservados bien fresquitos en una coquetona nevera portátil. Ahí hemos empezado a pasarnos de revoluciones. Tal vez ha sobrado detenernos en la siguiente estación del itinerario previsto por Antonio, la Venta de La Úrsula, en la carretera de Dolores. Un clásico que nos ha ofrecido un irrenunciable tentempié a base de un remedo del “chanchullo” noveldense, acompañado de unos platitos de embutido casero regados con un par de litronas y otras tantas copas de Protos.

Sin solución de continuidad, desde allí nos hemos dirigido a Perleta, en cuyo Asador Antonio Antón había encargado la francachela de hoy. Un renovado restaurante-brasería radicado en la genuina partida ilicitana, a la que debe reconocerse el mérito de haber dedicado su escuela al Mestre Canaletes, el “mestre sense títol” por antonomasia, que sacó de la ignorancia a centenares de personas analfabetas del Camp d'Elx sin credencial alguna. José Canals Jiménez, que era su verdadero nombre, fue un personaje nacido en Les Baies que a los seis años trabajaba en las salinas, recogiendo los boñigos de las reatas de mulas que movían las vagonetas, por lo que le pagaban dos reales de jornal. Por la noche acudía a tomar lecciones de un maestro a la vez que aprendía música, llegando a dominar la guitarra, el laúd y la bandurria. Con apenas catorce años enseñaba música y, tras  jornadas agotadoras segando juncos en El Hondo o trabajando en la “teulera”, se desplazaba por las noches a Elx, andando, para tomar clases adicionales. Cuando apenas tenía 18 años lo buscaron para sustituir a un maestro rural y empezó a enseñar sistemáticamente, tarea en la que no cejó en toda su vida porque a los 80 años aún daba clase en su casa de la Baia Alta, en un lugar llamado Roal dels Garretes. Escribió en El Tío Cuc, El Obrero, La Tranca, El Bou y otras publicaciones y, sin ser político, compartió las reivindicaciones de los trabajadores. La prosa y el verso se le dieron bien y popularizó El cuento del formigó, que fue un sonado varapalo a los políticos de la República. Un consejo de guerra, celebrado en Alicante en 1941, le condenó a seis meses y un día de prisión menor por auxilio a la rebelión. Según la sentencia, era de antecedentes izquierdistas, y estuvo afiliado al Sindicato Agrícola.

Pues bien, en el mencionado asador, hemos despenado un menú pantagruélico, impresionante, absolutamente desmesurado. Compuesto de aperitivos que incluían raciones triples y exuberantes de croquetas de bacalao, quisquilla, gamba, calamar a la romana, jamón al corte, ensalada de salazones y alcachofas a la plancha. Todo ello servido magistralmente en un reservado excepcional. Semejantes fruslerías han dado paso a un caldero tabarquino de gallina, con su arroz a banda y alioli (“fet a má per l’amic Carrasco, per part de mare”),  que no se lo saltaba un romano. Tras los “divertimentos” previos, semejante reto ha puesto en jaque nuestra capacidad de réplica, que en esta ocasión no ha estado a la altura de las circunstancias. Espero que al menos haya servido para que aprendamos algo. Los postres y cafés, a los que ha seguido un generoso servicio de copas en la terraza del restaurant, han rematado una minuta espectacular a precio de algo más que amigos.

Allí hemos concluido nuestro encuentro, rumoreando como siempre las letras casi olvidadas de las viejas canciones que siempre nos acompañan, con Antonio Antón a la guitarra, hoy excepcionalmente acompañado en las voces por su querida Paqui, que se ha desplazado ex profeso a tomar un café con nosotros. Allí, en una espléndida terraza, olisqueando el humo de los cigarros que consumían Luis y Elías y saboreando las postreras copichuelas en un ambiente distendido, grato y fresquito, hemos despedido el cónclave entre abrazos y plácemes, como siempre.

Acabaré reiterando lo que sabéis de sobra. Más allá del irrepetible anecdotario que distingue a cada una de las convocatorias, lo que me impulsa a escribir estas crónicas no es otra cosa que la humilde aspiración de preservar mínimamente, a través de ellas, el inmarcesible caudal de afecto que liberamos en estos preciados encuentros de amigos. Amigos que sabemos a ciencia cierta que da igual que hayan transcurrido dos semanas o tres años desde que compartimos la última cerveza o el penúltimo café; que sabemos que estamos incondicionalmente todos; que sabemos que vamos a seguir respetando los tiempos, las ausencias y las presencias, las miradas, las palabras y los silencios… el amor, en suma, que sentimos y compartimos. Sabéis que estuve y estoy porque decidí estar; y que aquí estaré, pese a vosotros o a mí mismo. Porque, al final, de quereres va la vida: de querer querer, de querer estar, de querer ser, de querer dar y de querer recibir. Y yo, como vosotros, de querer, lo quiero todo.

Así que, según lo acordado, ya sabéis cuales son las próximas oportunidades que se nos ofrecen: a mediados de abril, en Muro; a finales de mayo, en Novelda; a finales de junio, en Alicante. Y en septiembre, en Aspe.

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